La tierra nunca nos será leve porque ese momento en que dejemos de existir, el conocido día de las alabanzas, todo acabará para nosotros sobre la faz de este mundo que conocemos.
Hace justo una semana que el fundador del periódico que me honro en dirigir, José Retana –mi padre–, dejaba de estar junto a nosotros y emprendía marcha a Dios sabe dónde.
No les engaño si les digo que, durante su vida, las diferencias conmigo fueron muchas pero él me enseñó este bendito oficio que marcó mi existencia desde el primer día en que hice los deberes en una mesa de redacción.
Pepe Retana se ha despedido de nosotros en silencio, sin hacer ruido, pero con una mochilla repleta de admiración y respeto por parte de muchas, muchísimas personas que mostraron sus condolencias durante días. Podría enumerar los miles de mensajes, abrazos, llamadas o visitas que quien esto suscribe y mi familia hemos recibido pero quienes han estado lo saben y tienen todo mi cariño por cada detalle.
De cualquier modo, no me gustaría que esta columna se convirtiera en un obituario sino que prefiero ir más allá. Porque, con todos los errores cometidos, Pepe, mi padre, pudo crear una escuela de periodistas que hoy ocupan muchos puestos de relevancia en la profesión, una escuela que se llama La Voz del Tajo y que cumple orgullosa 45 años gracias, entre otras cosas, a su esfuerzo.
Hoy mismo él habría publicado una carta del director analizando el devenir de la campaña electoral del 23J o el nombramiento de los nuevos consejeros de Page en Castilla-La Mancha. Siempre con la acidez suficiente y cargada del necesario doble sentido para que nos pusiéramos a cavilar sobre cada frase.
Hoy, tras un debate que más parecía una pelea de gallos sin plumas, merece la pena hacer pública la despedida a Pepe Retana en tiempo de guerra. Nosotros aquí seguiremos batallando mientras tú descansas en paz.