El espectáculo que se vivió ayer en el Congreso de los Diputados de este país aún llamado España sobrepasó los límites de lo bochornoso.
Sigo convencido que una sociedad que pierde sus valores está condenada por sí misma. Honrar a los mayores, que no exponerlos al escarnio, está entre ellos. Eso sí, el norte se descubrió para no perderlo y en esta ocasión los puntos cardinales se volvieron locos cual brújula imantada.
Realmente, quien perdió el norte este martes fue el pobre Ramón Tamames, que se dejó embaucar por los ultraderechistas de VOX para ser utilizado como un vulgar muñeco de feria al que arrojar tomates, huevos y alguna que otra pedrada.
De hecho, creo que los reproches de la inmensa mayoría de la cámara fueron benévolos para con un –otrora– respetable anciano que descubrió su error en medio de la faena.
Los tortazos de guante blanco que Ramón Tamames recibió desde la tribuna de oradores tuvieron su culminación cuando intervino un diputado que no es santo de mi devoción pero que –admito– fue brillante, Gabriel Rufián.
Enunció los méritos fascistas de algunos componentes del grupo parlamentario de VOX –para que mucha gente se dé cuenta de quiénes componen esa formación– preguntando al candidato si eso evocaba el espíritu de la Transición. Estoy seguro que hizo crecer un sapo en la garganta de Tamames a la par que éste escuchaba las afiliaciones a Fuerza Nueva, a la Falange, a Patria y Libertad o los postulados que defendiera en su momento Ortega-Smith abogando por un partido y sindicato únicos para España, una vuelta al Franquismo sin tapujos.
Por eso, a Tamames –con perdón– le hicieron mamar de la medicina caducada que él quiso introducir en el Congreso. La cruel pantomima de los Abascal y compañía solo tuvo una víctima y fue el economista excomunista, que probablemente haya escrito el último y más fatídico capítulo de su vida gracias a estos infames.