El clima que se vive en nuestro país a cuenta de las disputas políticas es preocupante. No en vano, la deriva extremista que se ve, se escucha o se lee en los medios de comunicación se traslada a la calle y ya cualquier se tira al barro y cataloga al vecino de filonosequé.
La falta de cordura de muchos de nuestros dirigentes, de uno al otro lado del horizonte político, ha degenerado en que cualquier palabra dicha es malinterpretada por sistema. De hecho, cada gesto es valorado por los tertulianos profesionales que afeitan un huevo en el aire y se quedan tan anchos.
Estos días, revisando todas las informaciones generadas sobre la polémica en torno al Tribunal Constitucional, comentaba con un buen amigo que la propia Constitución y los padres políticos que tuvo deberán estar llorando por las esquinas al ver el panorama actual.
Aquí, en España, todo el mundo es constitucionalista. A todos les mola la Constitución pero todos la quieren para sí mismos. Lo dije hace varias semanas: es la gran manoseada de este país.
Y lo peor es que su espíritu, el que sirvió para zanjar de una vez el frentismo político tras cuarenta años de fatal dictadura, se ha ido apagando y es de temer que se extinga pronto. Aquel ánimo de cesión, de negociación, de colaboración por un bien común y un fin mayor no existe ni por asomo en nuestra actual clase política.
Ahora, todos quieren apropiarse de la Constitución sin reparar en que se la están cargando. Y como la cosa no se pare, tendremos problemas realmente graves en un abrir y cerrar de ojos. Las conspiraciones de mediados de los años 90 serán simples conjeturas en comparación con lo que nos queda por ver. Si no, al tiempo.
Eso sí, pasen todos ustedes –queridos lectores– unos días muy felices junto a quienes quieran estar.