Hacia delante

Pésimo ejemplo

Héctor Cubelos | Miércoles 23 de abril de 2014
“Se entiende por corrupción la acción o inacción de una o varias personas reales que manipulan los medios públicos en beneficio propio [...]

Y/o ajeno, tergiversando los fines del mismo en perjuicio del conjunto de la ciudadanía a la que debían servir y beneficiar”. Bien. Vamos a lo nuestro.

Durante décadas, la corrupción ha venido ocupando un papel protagonista en la atención de nuestra sociedad. Y es que la historia de España se escribe en sucias páginas salpicadas por innumerables sucesos de tal índole. Triste, pero así es.

Corría el siglo XIX cuando la corrupción azotaba ya el gobierno del Duque de Lerma (en España Felipe III). Desde entonces han pasado muchos años, y el gran lastre nacional no ha hecho otra cosa sino crecer.

Allá por 1934, Julio Camba -en su libro “Haciendo de la República”- hablaba de un escándalo de corruptela en relación a los coches oficiales de estado; figúrense. Dicha época puede parecer muy lejana, pero seguimos siendo lo mismo y los mismos. En su relato, el periodista gallego escribía: “Está muy bien, en fin, que los servicios públicos se retribuyan con holgura; pero, si se hace una revolución para encargarse de los servicios públicos y luego resulta que al encargarse de ellos no se perseguía otra finalidad más que la de retribuirlos con holgura, la cosa varía". Cuánta razón.

La falta de ética en el estrato político, así como su lamentable pasividad, dan la bienvenida a nuevos “listos” que roban, engañan y defraudan, y por supuesto permiten a todos aquellos que ya lo hacían seguir actuando. Sin duda alguna, esta triste realidad -que pervierte nuestro sistema democrático- debilita, inevitablemente, la confianza de la sociedad española en sus representantes.

Algo lógico en un país donde el dirigente más honrado pide perdón en lugar de dimitir; donde lo cierto es que la única estrategia ante la gestión poco moral, son las más que habituales bombas de humo de nuestros mandatarios, intentando escurrir el bulto y hacernos olvidar. La no-verdad del estado no puede ser eliminada por grandes acciones políticas.

Desde aquí, me atrevo incluso a discutir la certeza del propio Sócrates cuando, a aquellos que le preguntaban qué era peor, si sufrir la injusticia o ejercerla, respondía diciendo: “practicarla es peor, porque la injusticia sufrida es como una mancha externa, que no te cambia, mientras que la injusticia practicada te cambia, te hace injusto”. Sí, podría ser verdad, pero resulta innegable que el pésimo ejemplo de nuestra clase gobernante, no supone más que una serie de despropósitos que corrompen España.

Noticias relacionadas