OPNIÓN EN LIBERTAD
Carlos Granda | Miércoles 23 de abril de 2014
Recién comenzada la semana en la que mi buen amigo Beni contrae nupcias en solemne ceremonia religiosa todavía seguimos sin Papa. Si bien es cierto que todo parece indicar que del cónclave que comenzará este martes saldrá el nuevo Sumo Pontífice, ya se sabe que las cosas de la Iglesia, como las de palacio, van generalmente despacio.
Los entendidos en la materia ya tienen sus favoritos en la quinielas de papables pero, más allá de quien se convierta en el nuevo Obispo de Roma, lo que está claro es que debe dar un giro importante al camino que actualmente lleva la Iglesia. Más allá del cansancio alegado por Benedicto XVI antes de saltar de la barca de San Pedro existen poderosas y oscuras razones para esta sorprendente decisión. Decía el ya Papa emérito antes de abandonar dependencias vaticanas que las aguas bajaban agitadas, que Dios parecía dormido y el maligno intentaba ensuciar la creación a través de la corrupción.
Declaraciones demasiado reveladoras que evidencian que algo no va del todo bien en la casa del Señor y que demuestra que absolutamente en todas partes, sean santas o no, cuecen habas. Los supuestos nuevos escándalos destapados por la prensa italiana en el llamado 'Vatileaks' se suman a una losa que comienza a ser demasiado pesada. Por eso se antoja necesario que el nuevo Papa abandere un cambio que adapte la Iglesia al mundo actual y eso pasa no solo por abrirse una cuenta en Twitter y tornar al espíritu santo de azul, sino por limpiar la curia de arriba a abajo. Ahora, quizá más que nunca, es momento de abrir la institución a la gente desde la base hasta la cúpula y redireccionar la encomiable labor realizada en todo el mundo.
Espero que, esta vez, la fumata se torne más blanca que nunca y, además de un soplo de aire fresco más que necesario en la Iglesia, mi amigo Beni pueda subir al altar con la tranquilidad de que la Iglesia ya tiene timonel.
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