Alberto Retana | Miércoles 23 de abril de 2014
Esto cada vez huele peor. El Partido Popular ha confirmado su amenaza de empezar a querellarse contra quienes dudan de su honorabilidad y quieren ensuciar su nombre.
Será esta semana. Como nosotros no contamos con las pruebas necesarias para hacer juicios de valor nos mantendremos al margen de acusar o no, pero lo que sí podemos es opinar sobre lo que vemos, oímos y sentimos, sobre todo por lo que sentimos.
Y la palabra inequívoca que reza en el Diccionario de la RAE es indignación. Ni más ni menos que eso. Porque estoy seguro, y a los hechos judiciales sí me puedo remitir, que en todos los partidos políticos con mayorías en nuestra democracia se han colado facinerosos. Sabuesos del billete que no han tenido las manos quietas y han salpicado a las siglas que les permitieron acceder a puestos de relevancia. Pero no piensen solamente en las altas esferas, no. Mucho más cerca de lo que cualquiera de nosotros pudiera imaginar también ha habido corrupción.
Incluso, la llamada ‘corrupción lícita’ sigue siendo maloliente y cansa, cansa mucho. Y ya, a todos los ciudadanitos de a pie, no nos valen ‘simulaciones de pago’, ordenadores borrados, increpaciones cruzadas desde los escaños o pactos secretos con el poder financiero para seguir ganando dinero a costa de los más desfavorecidos. No, señores.
La gente quiere soluciones, de los de antes y de los de ahora. Y esas soluciones, ni se tomaron ni se están tomando. Por eso me siento defraudado, como millones de españoles de derechas y de izquierdas. Por mucho que se empeñen los dirigentes en entonar el mea culpa, caso de Rubalcaba en el Debate, o aseveren que España no es un país de chorizos, como aseguraba Cospedal en el acto organizado por mi amiga Mar G. Illán, no les creo. No, señores. Ya no.
Este país esta a punto de explotar y la solución es tan urgente que la misma no está ya en buscar culpables, que ya se verán. Está en solucionar de verdad. Y me da verdadero asco escuchar que con mi dinero se pagan detectives, se han construido aeropuertos inútiles y se han pagado campañas electorales en las que se ha mentido descaradamente por nuestros políticos, por todos.
Por eso me apena que se vayan de este mundo personas como Emilio Murillo, Juan Vaquero o Petra Lesmes sin ver la solución a sus problemas o mi amigo Carlos García, en paro, casi desahuciado y con la cabeza abierta en un hospital, tenga, y tengamos, que transigir con unos u otros políticos sin poder decirles –desde el respeto de cualquier persona educada– lo que pensamos por miedo a que tomen represalias. Por mi parte se acabó. ¡Que les pagamos nosotros, coño!
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