OPINIÓN EN LIBERTAD
Carlos Granda | Miércoles 23 de abril de 2014
Afortunadamente vivimos en un Estado de Derecho, y cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la ley. La justicia es igual para todos. Con estas palabras edulcoraba el Rey su tradicional discurso navideño de hace un par de años en plena ebullición del asunto Urdangarín para aplacar los ánimos, cada vez más encendidos, del populacho.
La Reina Sofía desconocía que su marido gustaba de acudir de safari en los ratos muertos, Isabel Pantoja mostró su sorpresa cuando se airearon los trapos sucios de Julián Muñoz y Rosalía Iglesias, esposa de Bárcenas, se quedó de una pieza al conocer que a su cónyuge le gustaba más el café de sobre. Pues lo mismo parece que le ha sucedido a la Infanta Cristina al destaparse las aficiones paralelas de Urdangarín mientras, muchos españoles, se preguntan cómo se las arreglan estos personajes para tapar sus turbios asuntillos cuando sus señoras se enteran absolutamente de todo.
En un país donde ha quedado más que demostrado que todo vale y la corrupción invade todos los rincones, nos rasgamos las vestiduras al pensar en una Infanta sentada en un banco para prestar declaración. Son necesarias explicaciones, y muchas, sobre un asunto que se alarga en tiempo y que supone una tomadura de pelo más para los ciudadanos. La justicia es igual para todos, nos decía Juan Carlos desde su despacho mientras nos felicitaba las fiestas, pero lo cierto es que su hija Cristina no presentará declaración mientras la esposa del socio de su marido, con idénticas cargas procesales, sí lo debe hacer. Dicen que la justicia es ciega, pero no hay peor ciego que el que no quiere ver…
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