OPINIÓN EN LIBERTAD
Carlos Granda | Miércoles 23 de abril de 2014
Aguas claras reflejan a su paso por la ciudad la frondosa Alameda y refrescan a jóvenes ataviados con ceñidos bañadores setenteros mientras, al fondo de la instantánea, se levantan edificios de varias alturas en la Ronda del Cañillo y vías cercanas regalando una estampa del incipiente progreso del ladrillo.
Una hermosa estampa estival que, para todo aquel que haya perdido la memoria, nos recuerda que nuestra ciudad, hace no mucho tiempo, tuvo río.
Caminando por la Ronda Sur, ese sendero ribereño magníficamente adecentado años atrás y que la falta de civismo propia de nuestra maleducada sociedad se ha encargado de deteriorar y ensuciar, uno se da cuenta que la cosa va en serio. La tierra, que antes se ocultaba bajo las aguas de una opulenta corriente fluvial, se abre paso relegando el paso del río a pequeños regueros y extensiones, cada vez mayores, de agua estancada.
Basta un paseo por cualquiera de los puentes que cruzan el Tajo a su paso por nuestra ciudad para darse cuenta que existen zonas por las que se podría atravesar el río a pie sin que el agua apenas llegara a mojar las rodillas del caminante. Como botón de muestra, transitar por el Puente de Hierro nos descubre bajo el mismo una gran isla que gana paulatinamente en vegetación y dimensiones. Una isla en el Tajo, a su paso por la Ciudad de la Cerámica y bajo uno de sus puentes, que evidencia la triste estampa de un río enfermo para el que, sin duda, cualquier tiempo pasado fue mejor. Y, mientras, se siguen autorizando envíos a la cabecera del Segura…
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