Grandioso día —este 15 de mayo de 2022— es el que han vivido las gentes de Helechal, sus vecinos de la Nava y otros muchos llegados ex profeso para festejar al patrón San Isidro. Y es que eran ya dos años —por la maquiavélica pandemia— sin poder trasladar al patrono de los agricultores de esta querida Serena hasta la Casa Grande, para presidir un día tan especial y ante su presencia agradecerle los tratos de favor recibidos, especialmente hogaño donde la excelente cosecha de aceitunas ha supuesto que se olvidarán los “dolores de cabeza” —y sobre todo las deudas, me dice Salvador “periquillo— de años atrás. Cuestión que también asume mi cuñada Gelipa.
La asociación que preside Alberto Aguilar lo tenía todo previsto, previa limpieza de la Casa Grande. Las carrozas engalanadas, los helecheños y helecheñas —mayores y menudos— ataviados con sus preciosos y ancestrales trajes típicos, se citaron puntualmente en la iglesia de San Diego de Alcalá para llevar en procesión al santo patrón hasta la Casa Grande, lugar de encuentro de los lugareños para la comida campera, la fiesta y el baile. Por cierto, me susurra mi Lola —ya saben, de la casta de los Roso— que los varones fueron poco colaboradores a la hora de llevar en andas al patrón, y que si no hubiese sido por las damos…
Romeros en tractor, andando o motorizados, cumplieron con el rito y departieron durante unas horas, tras la misa que ofició don Restituto —párroco de Belalcázar, me dicen— en las instalaciones que fueran del marqués de Perales. Una historia que, tal vez, merecería un capítulo especial, sobre un espectacular recinto cuya pertenencia es privada y en parte de los parceleros de Helechal. Pero que si quien esto firma tuviese responsabilidades políticas en la Junta de Extremadura ya habría indagado —incluso habría iniciado los trámites reglamentarios— para convertirlo en patrimonio cultural de nuestra querida tierra extremeña, antes de que su deterioro urbanístico vaya a más. Pero bueno…
El buen ambiente, en un día de agradable temperatura —ni calor excesivo hizo— reinó durante toda la jornada, justo hasta que el cuerpo aguantó al son que marcó El donbeniteño Ezequiel —con su especialísima orquesta— y sus maravillosas melodías. El reencuentro de algunos, tras muchos años de ausencia, se vivió con el calor y el cariño de aquellos tiempos pasados donde el sentido de la familiaridad era una religión más y degustando los tradicionales manjares de la zona, como la masilla que elaboró con gran maestría Juan “Pucha” y que se llevó los plácemes de los afortunados que pudieron degustarla.
En el aspecto particular —por lo que se refiere a este firmante— significar un cumpleaños cuádruple. Mi yerno Jesús, mi sobrina primogénita Eva y mis sobrinas-nietas Carlota y Daniela cumplían años —ya es casualidad— al son de “y que cumplas muchos más”.
Y ahora, ya en el epílogo, primero voy a pedir excusas por los errores que pudiera haber cometido en esta crónica; Y segundo, quiero insertar unos versos para la ocasión, aunque tal vez los postreros dedicados a una fotografía que capté, resulten los más interesantes. En cualquier caso quiero dejar constancia de que lo expreso con humor y con permiso del “imprevisto protagonista” del suceso. Sea pues…
(Con todo mi cariño, pero te pillé…)
He pillado al molinero
buscándose no sé qué.
¿Y no es Francisco José,
al menos por su trasero?
Ciertamente yo no sé.
Cuando yo mostré la foto
se levantó un maremoto:
¡Ja! ¿No se la ve y presume
de tener algo que abrume…
O sea, de enorme escroto?
Pregunté yo a mi sobrina,
a Elena, la peluquera,
que si es que ¿tan enorme era?
Respondió que su minina
era cual otra cualquiera.
Y siendo yo un preguntón,
por ser de apodo Pichón
y al ver que no la encontraba,
pedí ayuda a quien pasaba
muy cerca del callejón
donde mi “sobri” meaba.
“No se moleste señor
—me dijo con buen humor—
ese chaval de La Nava
es hombre de todo honor
y no precisa favores;
tres son hoy, sí, sus amores
que con su cosa engendró.
Me callé; se la encontró,
y meó, sí, sin dolores.
Disfruten de las imágenes… Así lo prometí y así lo cumplo.