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Semana Santa en Talavera: El pregón de 2005 y una saeta del Ciego

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El escritor sevillano Antonio García Barbeito pronunció un inolvidable pregón en la Ciudad de la Cerámica ese año; cinco después pregonaría la Semana Santa de Sevilla. Nuestro Ciego del Berrenchín cierra este blog de hoy con su particular saeta

El ciego del Berrenchín | Domingo 03 de abril de 2022

En numerosas ocasiones hemos insistido en nuestro medio que hay que ser ambiciosos y convertir la Semana Santa talaverana en un referente para que, al igual que sucede con Las Mondas, la Ciudad de la Cerámica se proyecte fuera de sus limites los más posible y sea conocida y visitada mucho más. En definitiva, dotar a los actos de estos sacros días de una solera que perviva para siempre. Una vez hacemos nuestra aportación al objetivo.



Era el mes de marzo del año 2005 y en nuestro medio —y el de ustedes de La Voz del Tajo— ofrecíamos toda la información correspondiente a la Semana Santa del aquel año, bajo la pluma de nuestro incomparable José María Gómez.

Su texto comenzaba a desgranarlo de la siguiente manera para nuestros lectores: “Desde hace unos años Talavera ha revitalizado ilusionadamente su Semana Santa. Hoy es una impresionante muestra de colorido y devoción. Las siete Cofradías que, enraizadas en la tradición talaverana, vienen organizando los actos, han dignificado las procesiones y celebraciones con un gran esplendor. La renovación de la indumentaria de los cofrades, manteniendo el gusto antiguo y la simbología de los colores, la confección de nuevos estandartes y simpecados, la reparación y restauración de las artísticas imágenes y el constante acrecentamiento del número de cofrades, especialmente la ilusión con que acceden los más jóvenes, son algunos de los aspectos más llamativos del actual resurgimiento de la Semana Santa talaverana.

Ya todo está dispuesto en las naves de parroquias y conventos que estos días acogen los pasos procesionales de la Semana Santa talaverana. Las andas y las carrozas se han llenado de flores y de velas, luz y aroma para acompañar la apoteosis del dolor, la publicación o manifestación del horror a que en un momento dado puede llegar el atrevimiento humano. Talavera de la Reina se hace escenario de la memoria histórica del sacrificio de Cristo, aquel singular personaje, "el Hijo de Dios", que hace dos mil años padeció semejantes tormentos.

A las tradicionales procesiones del Miércoles, Jueves y Viernes Santo, se añadió hace unos años la del Domingo de Ramos. Este año se recupera una antigua procesión: la Procesión del Encuentro, que tendrá lugar, Dios mediante, la noche del Sábado de Gloria (a las 23,30 h.).El derrotero de la tragedia serán las calles antiguas de Talavera: la Ronda del Cañillo, con los espejos del Padre Tajo a un lado y su murmullo melancólico, y la imponente estampa de San Jerónimo al otro; la Puerta de Sevilla y calle Carnicerías con las fuertes y singulares Torres Albarranas agarradas aún a las ruinas de unas murallas roídas por el tiempo y por nuestra incuria; la calle Corredera, genuina "vía sacra" talaverana con sabor de siglos, y la Plaza del Pan, centro neurálgico de la Talavera antigua y palestra de los acontecimientos históricos.

El remozado Puente Viejo volverá a ver pasar la noche del miércoles santo la imagen del Cristo de la Espina, costumbre que se inició el pasado año. A lo largo de estos recorridos, los talaveranos, situados estratégicamente en orillas y aceras, contemplarán un año más las secuelas de la maldad humana. Alguno de ellos se arrancará por "saetas". Los más permanecerán en el proverbial silencio castellano, sólo interrumpido por las cadencias de una marcha triste, ejecutada por el bien afinada banda municipal talaverana y bandas de cornetas. Secundados por dilatada y perfectamente sincronizada teoría de cofrades y capirotes... los pasos procesionales con las bellas y bien cuidadas imágenes, la mayoría de ellas auténticas obras de arte. Y desde un rincón de su Talavera eterna, también este año por primera vez, se asomará Fray Hernando, en bronce y granito, para aprobar el esfuerzo de las Cofradías por exaltar la fe cristiana en este siglo XXI”.

El magnífico pregón del maestro sevillano Antonio García Barbeito

Vuelve lo perdido
con las cofradías.
Mi alma no puede
con su Cruz de Guía.
Llevo en la garganta
saetas partidas,
y en la sangre,
el triste Tambor
de otros días.
Nazareno negro
de la pena mía,
ya no hay caramelos en tu canastilla,
ni gotas de cera
en mis manos frías.
Nazareno negro,
suéltate la hebilla
para que yo vuelva a mis niñerías.

(R. Montesinos)

Una vieja pasión traigo en las manos,
Crucificado estoy por la memoria;
Tres clavos, tres apuntes de la historia
y unos golpes divinamente humanos.


Algo me dice que os pronuncie hermanos;
Que os pronuncie como jaculatoria,
que algo es nuestro en la rueda de esta noria
donde Dios nos avienta como a granos.


Algo tengo en la frente.. y en la huella
de esta memoria azul tan paisana.
Algo vuestro me envuelve —¿quién es ella?—


En la sutil razón, tan sevillana.
Talaveranamente —¿quién lo sella?—.
Toreo y barro, el tiempo nos hermana.


Entre el barro que soñé
y el torero que no soy,
algo me dice que hoy
algo grande estrenaré.
¿Cuántas veces pregunté
al andar esta ribera,
por la razón alfarera
de la orilla de ese río
que me hace sentir tan mío
el pulso de Talavera?
Si media lagartijera,
si una estocada en lo alto,
si un perfil de azul cobalto
sobre la pieza alfarera.
Si la desnuda manera
de ir señalando poetas
que escriben en las veletas
la dirección de los vientos.
Yo no sé qué sentimientos
tengo en tus carnes secretas.
Si la tarde ensangrentada
—siempre en el alma presente—
de un mayo del año veinte
y de una eterna cornada...
Si la memoria enlutada
de la señora Gabriela,
y la Macarena en vela
llorando en su camarín,
si el silencio de un clarín
amortajado en franela...
Si las manos sobre el torno
acariciando la arcilla
mujer de forma sencilla,
que endurece luego el horno.
Si el ladrillo como adorno
de exquisita arquitectura,
si la gracia en la cintura
como delicada prenda
de una historia, una leyenda
que da sal a la cultura.
Si algún tendido de sol,
si algún tendido de sombra,
si el miedo que nadie nombra
en ese ruedo español.
Si ese brillo de charol
del viento por el chiquero,
si ajustado burladero
—ay, delantal de los sustos—,
donde se queda en lo justo
la saliva del torero.
Si será porque me trajo
la marea del vivi
de un río, Guadalquivir,
al pie de otro río, el Tajo,
o si será el desparpajo
de gente que conocí
y que siempre que volví
me tendió su mano abierta.
No sé, pero abrid la puerta,
porque me siento de aquí.
Es marzo, visto y no visto.
Nos suena la misma hora.
La misma Virgen nos llora,
se nos muere el mismo Cristo.
La Pasión. Y sé que existo
porque sigue Dios muriendo,
y sigue su Madre viendo
que ya está todo cumplido.
Y sé que todo ha venido
porque todo se va yendo.
Poco a poco, voy sintiendo
los ayees de la saeta;
poco a poco la corneta
va por el aire doliendo.
Y ¿por qué tan pronto entiendo
la pasión? Porque traía
tal dulzura en su agonía
el perfil del nazareno,
que al mirarlo tan sereno,
hice su pasión ya mía.
Cerca de su amor venia
una pena sin consuelo
que se moría en el duelo
y se llamaba María.
La pena se le encendía
de tal manera en la cara,
que todo el luto se para
en su expresión Dolorosa.
Era deshojada rosa
que el destino desampara.
Vengo del sur y conmigo
vienen cruces, vienen mantos,
y espinas vienen y llantos,
y látigos de castigo.
Y viene, como testigo,
como sonoro profeta,
El grito de la saeta
abriéndose en la garganta
de un pueblo que cuando canta
el aire más duro agrieta.
Vengo del sur. Y esta mano
se extiende para el amigo
que siembra amor como trigo
en el surco de lo humano.
Quiero sentirme paisano
en la palabra sincera
que venga a esta primavera
dispuesta a multiplicarse
esta mano viene a darse,
Hazla tuya, Talavera.

Gracias a Elisa Díaz, por su tesón y encantadora paciencia. Gracias a Ángel Mariano, por secundar a Elisa y por perseverar en su empeño. Gracias a esta tierra, que me ofreció́ hace unos años el calor humano de la gente de Mejorada —un calor que aún conservo, como llama de cariño, en la amistad de Félix y de Juan Antonio, y de sus mujeres— y la oportunidad de conocer a uno de los tipos más encantadores y más cultos —y más completos, hondura y bonhomía— que hallar pudiera en tierras castellano-manchegas. Conocí Talavera de la mano cultísima de vuestro paisano José María Gómez, que canta y baila flamenco mejor que yo, y cuando con él nos metimos en Toledo —”O convertido en agua aquí́ llorando, podréis allá́ despacio consolarme”—, y en Toledo nos pre- sentó́ al indio Garcilaso y nos descubrió́ la sombra nocturna de un Bécquer que quedó redivivo en sus relatos. Por si faltara algo, por mi casa se posan —adornándola— muchas piezas de la mejor cerámica de Talavera, esa pasión que mis amigos se encargan de incrementar de cuando en cuando.

He llegado esta noche aquí́ a pregonar algo que me encantaría que me pregonaran. En Talavera siempre he sido oídos, ojos, asombro dispuesto para el asombro. Si hoy tomo la palabra es porque me lo han pedido, pero les doy mi palabra de honor que lo que de verdad se me apetece es ofrecerles mi silencio. Ese silencio que cada vez que recuerda a Talavera reza, no sé qué oración ni en qué sitio, algo que habla de un río y de unos barros, de un trazo hermanado en la venida gloriosa de Niculoso Pisano e, inolvidablemente, un 16 de mayo donde un toro crucificó —apócrifa pasión de la torería— al más grande, que era, por cierto, de Sevilla y se llamó Joselito. Gracias a todos.

¿Y por qué nosotros, todos, vamos a la Pasión? ¿Por qué la Semana Santa? ¿Por qué de todos los días de Jesús y de María escogemos los más humanos? Porque somos humanidad y necesitamos la humanidad de Jesús y la humanidad de María. El cielo queda muy lejos, reconozcámoslo. El cielo está allí́, en ese allí́ incalculable, en ese allí́ que nos vemos, que no columbramos, del que no tenemos noticias... El cielo es algo más delicado, algo para el después absoluto, algo para las cuentas finales. El hombre, nosotros, necesitamos cercanía, y comprensión, asunción de nuestra pena, de nuestro problema, de nuestra inquietud. Y llamamos, con los nudillos de la fe o de la desesperación, a las puertas de Jesús y de María, sí, pero humanizados, antes de que hagan el viaje celestial, que el cielo queda muy lejos. Necesitamos a Jesús y a María como somos nosotros: con sus debilidades, con sus flaquezas, con sus diarias penas, con sus dudas, con sus incomprensiones...

“Oh, no eres tú mi cantar,

no puedo cantar ni quiero

a ese Jesús del madero

sino al que anduvo en el mar”,

dice Machado. Entendámoslo.

Prefiero a los hombres caídos antes que triunfantes. Prefiero a Jesús caído antes que resucitado. Quiero verlo como yo antes que como lo imposible. Dios todavía está muy lejos. Lejos la resurrección, lejos el cielo, lejos las promesas, lejos la metáfora... Prefiero el suelo, la piedra, el peso de la Cruz, el tropezón, la caída del Dios, la flaqueza del Hombre, que se me aproxima en su humanidad, más que en su divinidad. Nos achicamos ante la imagen en transito de divinidad de Jesús, y nos agigantamos ante la debilidad del Jesús de la Pasión. No sabemos qué hacer al verlo resucitado, pero somos capaces de mediar entre su dolor y quienes le flagelan; nos callamos ante el misterio de su divinidad, pero somos capaces de agacharnos para levantarlo. Nos sentimos importantes levantando a Jesús, auxiliándole, confortándole, porque necesitamos de su Humanidad para sentirlo cercano.

Necesitamos que Jesús siga cayendo para sentirlo próximo. Nos sentimos cerca de La Caída porque ¿cuántas veces hemos caído, cuántas caemos, cuántas habremos de caer? Nos sentimos del Jesús Caído porque somos diaria caída: en el trabajo, en la amistad, en la familia, en el amor, en la convivencia, en el trato... No hacemos sino caer, bajo la cruz de un problema o en el suelo lábil de nuestras flaquezas; coronados de espinas o coronados de dudas y sospechas; flagelado por las circunstancias o por nuestras miserias. Jesús Caído como retrato de nuestra diaria imagen. Por eso a ese Jesús no lo dejamos llegar a la divinidad, porque en la divinidad no nos representaría tanto. Lo queremos en la tierra, vulnerable, sufriente, mortal como nosotros. Lo queremos caído porque lo necesitamos Hombre camino de ser Dios..., pero antes de que lo sea del todo. Dios está todavía muy lejos. Caído está más cerca. Caído está junto a nosotros. Preferimos un Jesús caído a un Jesús en su divinidad porque somos caída más que triunfo. Y porque lo necesitamos como Hombre, que para eso como Hombre lo hemos forjado, lo seguimos aclamando. Por eso hay que entender al poeta: “Oh, no eres tú mi cantar, no puedo cantar, ni quiero, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en el mar”. O sea, no puedo cantar ni quiero al Jesús que ya no es Hombre (Dios está muy lejos), quiero cantarle al Jesús de las palabras, al Jesús de la alegría, al Jesús del perdón, al que expulsaba mercaderes y perdonaba a los que adiestraban palomas, al Jesús de las parábolas, al Jesús del humano y diario ejemplo. Al Jesús que le pide al Padre que pase de él ese Cáliz, y lo preferimos porque ¿cuántas veces hemos pedido “Dios mío, no me hagas pasar por ahí, evítame ese Cáliz”. En la Semana Santa, en todas, y en la de Talavera, buscamos un Jesús más hombre que Dios. En mi tierra, el Jesús más aclamado, el más buscado va contra la cruz a cuestas o está crucificado. Pocos buscan al Jesús ya en el cielo, porque el hombre se entiende muy bien con la humanidad de Jesús en la tierra. Aquí, vosotros o habéis marcado así, de vuestras cofradías, sólo una tiene a Jesús en el santo Sepulcro, las demás son de un Jesús y de una María terrenales, todavía nuestros, todavía hermanos nuestros en el dolor. O en el júbilo: la Entrada Triunfal en Jerusalén, el Santísimo Cristo de la Misericordia, el Santísimo Cristo de la Espina, la Virgen de los Dolores (o gremiales), la Cofradía de los Alfareros, del Santísimo Cristo de Regantes; y de Jesús Nazareno, y de María Santísima de la Paz, y de la Virgen Santísima de la Soledad, junto al Sepulcro. Espina, Misericordia, Dolores, Soledad, Paz... ¿veis? Lo que necesitamos. María en su flaqueza, tan humana como nuestras mujeres. María en sus Dolores, en su soledad, en su Paz; y Jesús tan humano como nosotros. Por eso nos arrastra tanto la Semana Santa, porque el credo que sostenemos lo sostenemos más cuanto más cerca estamos de Jesús, antes de que Jesús se nos vaya —el cielo está muy lejos— de nuestra cercanía. Preferimos cantarle al Jesús flagelado, al Jesús coronado de Espinas, al Jesús que suda sangre, incluso al Jesús que en sus últimos momentos se humaniza tanto como nosotros y exclama al Padre: “¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado!?”. Nosotros queremos ese Jesús, ese Jesús que sacamos todas las primaveras, ese que anduvo, que anda, que seguirá́ andando en el mar. Queremos cantarle a ese Jesús que por Caído, por sufriente, por abandonado, por flagelado, por ultrajado, porque cae una, dos, tres veces, tanto, tanto, tanto se parece a nosotros.

Yo recuerdo a mi padre, desesperado sobre las hazas, cuando un manotazo del río por una riada, le había robado el esfuerzo de medio año. Mi padre no se iba tan arriba, no llegaba al cielo, no llamaba con los nudillos de la desesperación a las puertas imaginadas celestes del Más Allá́: mi padre no salía del pueblo para hablar con Dios. Se iba a la capilla donde estaba en Nazareno, y arrodillado o de pie ante su figura, le pedía cuentas: “¿Por qué, Padre Jesús Bendito, por qué?” El Padre Jesús Bendito de la desesperación de mi padre era un Jesús todavía hombre, vivo, con su Pasión a cuestas, como mi padre, como tantos hombres y mujeres como iban a pedirle. Era —y es todavía— tanta la fe, tanta la confianza de algunas gentes con el Padre Jesús del pueblo que cuando alguien comentaba la imposible salida de un problema, otra persona le hacia la última pregunta, le señalaba la última posible puerta que pudiera dar a la luz: “¿Tú lo has hablao ya con Padre Jesús?” El que anduvo en el mar. El que por haber sufrido, por sufrir tanto podría hacerse cargo de nuestra pasión. El hombre no pinta a Dios en el cielo porque es en la tierra donde lo necesita. “No, no eres tú mi cantar, no. No puedo cantar ni quiero a ese Jesús del madero (ni al del cielo, ni al que está, tan lejos, al lado del Padre), quiero cantarle, necesito cantarle al que anda sobre las agua, al que multiplica peces, al que cae y deja que yo le ayude, al que al estar tan cerca puede hacerse cargo de mi problema. Nos rodeamos de Nazarenos cercanos, de Vírgenes cercanas, de santos cercanos, porque tenemos miedo a sentirnos solos... Por eso Talavera, en sus cofradías, abre y cierra —con toda la Pasión dentro— un hermoso ciclo de vida y muerte de Jesús. Por eso se rodeo del Jesús triunfante en Jerusalén, el Jesús que no sabe que le aguarda un Getsemaní́ de traiciones. Y por eso Talavera se queda cerca del Cristo de la Espina, y cerca del Santísimo Cristo de la Misericordia, y cerca de la Virgen de los Dolores, y cerca del Cristo de los Alfareros, y cerca de Jesús Nazareno, y cerca del Cristo de los Regantes, y de la Virgen de la Paz, y de la Soledad que acompaña la muerte del Hijo...

Todo. Tiene Talavera, en sus días de Pasión, argumentos de fe suficientes para que se mantenga y aún crezca la Semana Santa por estas calles de tanta historia. Quizá́ algún día venga a compartir con vosotros ese lujo, el misterio castellano-manchego de una manera especial de entender la Pasión. Yo, como muchos de vosotros, soy nazareno de la cofradía de las Cien Preguntas. Cien preguntas que me contesta el pueblo cuando acude a celebrar a Pasión de Jesús. Ese pueblo que sigue cantándole al Jesús que anduvo sobre las aguas, porque estaba más cercano.

Buscamos lo divino en lo que tuvo —en lo que tiene— de humano. Por eso buscamos a nuestros semejantes, por eso los necesitamos. Somos cristos y costaleros, y nazarenos de esa Semana Santa de todos los días. Unas veces nos toca llevar a alguien, aliviarle a alguien el peso de su cruz; otras veces somos nosotros quienes llamamos a voces a un Cirineo; muchas veces las mujeres son santas mujeres que van a consolar a otra, y otras son ellas las de la pena, las que requieren la cercanía de las demás. Por eso buscamos la humana grandeza de Jesús y de María. Eso mismo hacemos con nosotros. A fin de cuentas, yo no vengo aquí́ a pregonar, vengo a tener más gentes que me quieran, a ver si puedo juntar más amigos, a ver si puedo tener, tan cerca como tengo a muchos amigos, a más gentes. Me gusta la gente. Y amo la Semana Santa.

La Luna del Parasceve
ya busca cielos de seda
por redondear su luz,
dura luz de plata vieja.
Pero antes el olivar
tiene ramas genuflexas,
y ramas como saludos
se mecen en las palmeras. S
e abre la Jerusalén
de los días de mi tierra.
La pasión se vive ahora,
tan castellano-manchega,
con ese temblor de vísperas
que enciende cirios y velas.
Viene Jesús —¿quién lo ve?—
por la lejana vereda,
y junto a él vienen gritos:
“¡Hosanna, Hosanna!” Le espera
un Domingo de triunfo
y días de pasión muy negra...
Espera un Huerto de Olivos,
negaciones. Ahí́ comienza
la pasión que nadie quiere
mirar pero que se acerca.
Vienen látigos dispuestos
a romper la carne entera.
Flagelación... ¿qué delito,
si pide amor en la tierra?
Viene el Cristo de la Espina,
¿quién giere a una flor tan buena?,
y el aire talaverano
se duele al verlo con ella,
y una Esperanza le sale
—siempre la madre tan cerca—,
y viene, Misericordia
de un Jesús que callejea
la noche del Jueves Santo
y siente la noche entera
como otra cruz, como el peso
de la pasión que le acecha.
La Virgen de los Dolores
sale en llanto de su iglesia
y los dolores son uno,
el Dolor que lleva Ella.
Cristo de los Alfareros,
barro divino, te espera
un calvario de injusticia
con un cruz ya dispuesta.
Mi pueblo sube al calvario
de su diaria promesa,
de su auxilio a la Pasión
del Jesús que ahora contempla
fatigado, tan rendido
que en la mirada se entrega.
Cuando Jesús Nazareno
pasa con la Cruz a cuestas,
mi pueblo cuelga en el aire
cintas de luto y de pena.
Ni el río lava la herida
ni acalla el grito la piedra,
ni hay puentes por los que el llanto
de las dolorosas quepa.
El Cristo de los Regantes
riega con sangre morena
la calle de su amargura,
cáliz de amor y de entrega.
Quisiera mirarse el Cristo
en los espejos que lleva,
pero el sudor y la sangre
los empañan y le ciegan.
Virgen Santa de la Paz,
dale paz a quien empieza
a morirse poco a poco
por las calles de mi tierra.
Y cuando el silencio viene
como mortaja y prudencia,
cuando el llanto ya es un llanto
sin lágrimas y sin quejas,
cuando expira el Redentor,
aquel Jesús de la Fuerza,
Virgen de la Soledad,
qué sola junto a la piedra,
qué sola junto al sepulcro,
junto a tus entrañas muertas,
qué sola en tu Soledad,
bajo la Luna tan quieta,
qué sola, Virgen María,
qué sola por las callejas,
no la dejes, pueblo mío.
Ve a cuidarla, ve con ella,
que encierra en su Soledad
toda la Pasión terrena.
Vete a buscarle su pena,
a acompañarle su luto,
a esperanzarle su espera,
a reeditarle piropos,
a regalarle presencia.
Vete con su Soledad,
que es ir con Dios ir con Ella.
Vete con su Soledad
Y con la Paz, y en la pena
de sus Dolores de Madre,
y junto a Él, siempre cerca,
siempre cerca de esa Entrada
de Jerusalén en fiesta,
siempre cerca de esa Espina
que la frente le atraviesa,
junto a la Misericordia
que derrama su prudencia,
junto a su cruz, que es de aquí́
por ser la cruz alfarera.
Vete a auxiliar la Pasión
del Jesús que tienes cerca,
que la Pasión de Jesús
es tu pasión, Talavera.

Y el broche final nos lo deja nuestro Ciego del Berrenchín

Mi Saeta

Hoy me puse a preguntar
—aquí mismo en Talavera—
a un devoto nazareno:
¿cuánto le cuesta llevar
a Jesús con su madero?
No me supo contestar;
“soy tan solo un costalero
que al Cristo quiere llevar
junto a su Padre hasta el cielo”.
Y se me puso a llorar
como un niño sin consuelo.
Vi sus lágrimas caer
por sus mejillas al suelo;
yo las quise recoger,
saqué mi blanco pañuelo
y el costalero me dijo:
no se moleste señor
que a Jesús el Redentor
le sirven de regocijo,
porque son de un pecador,
sí, que redimirse hoy quiere
por si mañana muriere…
¡Qué demostración de amor!
Salió de mi voz un canto
a ese Cristo del madero
la noche de Viernes Santo:
¡Cuan feliz va el costalero
con Jesús de la agonía
hacia su Santo Sepulcro;
con qué soltura y alegría
luce su costal tan pulcro!
Este será hoy mi cantar.
Diferente al de Machado
—su saeta y su rimar—
a este Ciego han inspirado
estos mis sencillos versos.
Yo los quiero compartir
por mis ganas de vivir
en un mundo de conversos.
Hoy he vuelto a preguntar
a ese humilde costalero:
si me dejara cantar
a su Cristo del madero,
mil veces me lo negara.
No debo cantar, ni puedo
por mi voz tan poco clara.
¡Pues es cierto que da miedo!
Prefiero este otro cantar:
no puedo cantar, ni quiero
a su Jesús del madero
sino al que anduvo en la mar”.

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