Carlos Granda | Miércoles 23 de abril de 2014
La cantidad de problemas que actualmente ostenta esta ciudad a la que todavía, aunque cada vez nos cueste más, reconocemos como Talavera ha trasladado a un segundo plano un asunto que, hasta hace muy poco, era la piedra favorita de los políticos para arrojar al tejado del otro partido: la quimera de la llegada del AVE.
Peliagudo asunto que, en los últimos años, se nos ha vendido como el clavo ardiendo al que agarrarnos para, de una vez, emprender el desarrollo y riqueza tan anhelados a este lado del Tajo y desatascar este estado de apatía colectiva en el que vive la ciudad. Pero la crisis, única para desnudar las miserias de este país inapreciables en tiempos de vacas gordas, parece avisarnos de que la que llegada de este tren no sería la panacea que creíamos no hace muchos meses atrás. Esta infraestructura ferroviaria que siempre se nos ha vendido desde las administraciones como estandarte de progreso y prosperidad se extiende por nuestra geografía como un puzzle azaroso trazado por unos intereses muy alejados de las necesidades reales. Es difícil explicar por qué poblaciones que no llegan a los mil habitantes (como el cada de la oscense de Tardienta) cuentan con Alta Velocidad y que se impulsaran líneas como la Toledo-Cuenca (que se suspendió porque sus usuarios se podían contar al día con los dedos de una mano) mientras Barcelona y Valencia, dos de las ciudades más importantes del país y no muy alejadas geográficamente no estén conectadas por AVE.
Proyectos, estos de la Alta Velocidad, insostenibles y muchas veces ruinosos pero atractivos para que los políticos puedan venderlos a los ciudadanos como modelos de prosperidad y desarrollo. Algo así pasó en el ya lejano 2007 cuando Barreda y Maleni visitaron el salón de Plenos de un Ayuntamiento cualquiera para prometer la inminente llegada de un tren al que ni ustedes ni un servidor todavía han podido subirse. ¿Les suena?
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