Hoy, 22 de marzo, se celebra el Día Mundial del Agua. Al igual que otros días de celebración, veremos cómo se llenan nuestras redes sociales y los medios de comunicación de mensajes hipócritas para concienciarnos a la ciudadanía de a pie de la importancia de racionar nuestro consumo de agua mientras las grandes corporaciones y las administraciones responsables poco ponen de su parte.
Porque así es con todo.
En nuestra memoria más cercana deberían estar las declaraciones de Josep Borrell o de Ana Botín pidiéndonos que bajásemos la calefacción desde sus pedestales privilegiados bien confortables y calentitos. Pues con el agua ocurre igual.
Mientras insaciables regiones saqueadoras cuentan con el visto bueno (y mayores reservas hidrológicas que nosotros) para malgastar agua con la excusa de ser el huerto de Europa y, de paso, contaminar su propio Mar, nuestra producción agropecuaria se verá presionada desde otro flanco más (por si no tuvieran pocos frentes abiertos): la sequía. Un problema real que no podemos obviar hasta que deje de salir de nuestros grifos.
Pero el desastre de la gestión del Agua va más allá del presente seco que vivimos y las desigualdades que el capitalismo impone. Los últimos informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) indican claramente y con una aplastante evidencia científica que el efecto del ser humano sobre el clima es irreversible si no se toman medidas valientes ya.
Medidas que tienen que partir de las que nos gobiernan y que no serán baratas ni agradables de tomar, pero que no pueden demorarse más. Además, si la temperatura sigue aumentando, España seguirá perdiendo 1500 millones de euros al año por la sequía aparejada y por el desplazamiento de las zonas agrícolas al norte de Europa. Se calcula que el PIB de nuestro país se reducirá en más de un 40% a finales de siglo sólo por las consecuencias del cambio climático si no ponemos solución ya. Así que ya no sólo se trata del futuro que le dejaremos a nuestra descendencia sino de nuestro propio presente.
Desde la crisis por la pandemia, pasando por la actual invasión de Ucrania, deberíamos habernos dado cuenta de que la globalización no es la panacea que nos venden. No podemos seguir agotando los recursos de un planeta que es finito y al que están esquilmando unas pocas personas a costa de apretarnos el cuello a la mayoría restante.
Tenemos que ser capaces de entender que las riendas de la gestión de nuestros recursos no pueden estar en manos de quienes más los malgastan u obedecen a los intereses oscuros de pequeños grupos únicamente preocupados por enriquecerse sin límite. No caigamos en sus trampas de responsabilizarnos como seres individuales cuando en sus acciones está el peligro mayor.
Luchemos por nuestro Agua, hoy y siempre, y por una gestión pública y racional de la misma.
Nos jugamos mucho.