OPINIÓN

Joaquín

BENITO DE LUCAS

Artículo escrito por Luis Manuel Álvarez Pedrosa

David Martínez | Martes 22 de junio de 2021

Hay cosas que aprendemos en nuestra etapa estudiantil y que nos acompañan de por vida. Una de ellas es la que nos enseñó Lázaro Carreter en su ‘Historia de la Literatura Española’, al referirse al escritor Ramón Gómez de la Serna como: “Ramón por antonomasia”. En Talavera tenemos a nuestro Joaquín por antonomasia. Joaquín Benito de Lucas, para el que temprano levantó la muerte el vuelo. Joaquín, nuestro Joaquín, quien creía en el poder de la palabra y en la inmensa capacidad de la poesía para revivir amores perdidos o mitigar ausencias.

Los poetas nunca mueren del todo. O lo que es igual, pero desde el otro lado del espejo: los poetas nunca mueren solos. Hablo de distintas perspectivas para intentar explicar el mismo misterio. La más evidente de ambas es la primera: los poetas no mueren porque queda su obra, sus escritos y su recuerdo. La otra vertiente es mucho más profunda, porque la parca se ha llevado con el suyo una parte de nuestros corazones. Hay un rincón desolado en el interior de quienes conocimos a Joaquín, un trozo nuestro que se ha ido con él, que le ha acompañado al otro lado. Ese paraje es un lugar de la memoria que todos compartimos.

Un poeta como Benito de Lucas, se lleva con su partida – una partida aparente, claro... – pues bien, se lleva con su ausencia, como digo, una parte de cada uno de nosotros. Un trozo del corazón de quienes lo conocimos. Deja un vacío cuyo alivio, si es que eso es posible, sólo se concibe a través de sus versos.

De Joaquín nos queda algo mucho más hermoso que su nombre enredado en los árboles que dan sombra a orillas del Tajo. Algo más grande aún que ese río, que él amó como a un segundo padre. Nos queda algo más duradero que su nombre unido a su segunda madre, Talavera de la Reina, que lo quiso como predilecto suyo que fue. De Joaquín Benito de Lucas nos queda la palabra.

Y es lo mismo que decir que nos queda todo. La palabra es el comienzo de todo. La palabra es el origen del mundo. Al principio fue el verbo, y por eso hoy celebramos la palabra hecha música en los versos de Joaquín. Sé que él es feliz desde el balcón del Parnaso que da al Tajo, porque Joaquín era un poeta fluvial; era tan del río, que la suya era la poesía del agua.

Allí donde Joaquín vaya, llevará consigo el Tajo. En sus viajes por oriente, hermano en sus pensamientos al Tigris, Éufrates y Ganges, con el río que abraza a Talavera de la Reina. Un río que para todos los ribereños del mundo es el mismo padre. Por eso todos ellos verían en Joaquín a un hermano. Así lo dejó escrito:

“Yo he conocido muchos ríos
en cuyas aguas han bebido
mis ojos (…): niños en el Tajo;
juveniles, en Damasco;
por Berlín, iracundos,
y, de nuevo, serenos en el Tigris
antes de ser bombardeada
la inocencia de tantos peces y tantos niños...”.

Joaquín, en su bellísimo libro sobre la Promoción de posguerra, recogió esta “Despedida” de Gabriel Celaya, de la transcribo sólo unos versos:

Quizás, cuando me muera,
dirán: Era un poeta.
Y el mundo, siempre bello, brillará sin conciencia.
(...)
Pero visto o no visto,
pero dicho o no dicho,
yo estaré en vuestra sombra, hermosamente vivo.

¿Qué más puedo decir? Joaquín ya es eterno, es del agua y su parque ribereño nos recordará que Joaquín siempre estará en nuestra sombra, hermosamente vivo.

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