OPINIÓN

Dos años… ¿y qué?

Carta del Director

Alberto Retana | Miércoles 26 de mayo de 2021

Hoy, 26 de mayo de 2021, se cumplen –exactamente– dos años de las últimas elecciones municipales, autonómicas y europeas en las que Tita García en Talavera, Milagros Tolón en Toledo, Emiliano García-Page en Castilla-La Mancha y Josep Borrell a nivel nacional para el Parlamento Europeo ganaron con amplia mayoría. En fin, que el PSOE acaparó una gran parte de las instituciones públicas.

Desde entonces, han pasado 24 meses con una pandemia (la peor crisis en muchas décadas) que nos marcará para siempre… pero han ocurrido muchas cosas más.

Entre otras, que muchos seguimos vivos (los que afortunadamente hemos podido evitar al maldito coronavirus y toreamos la situación económica) aunque muchos otros se han quedado desgraciadamente en el camino.

A mi modo de ver, a estas alturas no merece la pena entrar en disquisiciones sobre los aciertos o errores cometidos por unos u otros gobernantes (de uno u otro color político) ante lo que hemos vivido porque los que han abierto en demasía la boca en las barras de bar, las conversaciones privadas o las críticas (insultos incluidos) en redes sociales deberían haberse enfrentado a esta crisis desde ‘los puestos de comandancia’ cuando peor estaba la cosa. Desde la barrera todo se ve mejor.

COVID aparte, del que ya parece que estamos saliendo gracias al ímprobo trabajo de la Sanidad Pública, las vacunas, las medidas autoprotectoras y ­–sin desdeñarlo– las decisiones de nuestros gobernantes, han pasado dos años… ¿y qué?

¿Qué balance podemos hacer de la gestión de García Élez, Tolón o García-Page en este tiempo? El sentimiento en la calle no es precisamente el mejor, quizá también influenciado por la crisis sanitaria que afecta a la economía, pero la popularidad de nuestros gobernantes no pasa por su mejor momento.

Es, quizá, buena fecha –tras la llegada de las vacunas– para pensar en solucionar todo lo demás: el paro, la llegada de empresas, los problemas infraestructurales… en resumen, cumplir con las promesas hechas antes de la pandemia. No quiero decir con esto que se no se haya trabajado, pero el tiempo corre en contra de todos nosotros (aún más tras la pandemia).

Cierto es que la situación de Talavera y Toledo no son iguales, ni siquiera parecidas. La capital regional cuenta con un bagaje mayor, una marcha más, en lo que se refiere a industrialización, turismo o, simplemente, localización estratégica cercana a Madrid pero la Ciudad de la Cerámica dispone de los recursos suficientes como para dar la vuelta a la ancestral ‘tortilla sin sal’ que vive desde hace años.

Ese futuro talaverano en el que se ha puesto el único pilar de la esperanza debe tener una base mayor y, a fe, que hay mimbres para poder desarrollarlo. A este humilde comunicador le consta que hay gestiones ya realizadas para la llegada de empresas de un calado nunca conocido en Talavera de la Reina y que la oferta de suelo industrial puede considerarse, en breve, una de las mayores operaciones para décadas en la ciudad y su amplia comarca pero… (como en los grandes equipos de fútbol) con un buen asistente, si no hay rematador, los goles no llegan y se pierden los partidos.

Nos encontramos a mitad de legislatura, un momento en que se deben afianzar los trabajos hechos y empezar a ‘coger aguas’ (como dicen los constructores: terminar de cubrir un edificio para preservarlo de la lluvia).

Los 24 meses que llegan ahora tendrán la rémora del COVID, que ha paralizado todo durante demasiado tiempo, pero esa situación –por mucho que se explique– no es entendible para el común de los ciudadanos (en España la memoria es muy selectiva), que pagan sus alquileres cada mes, que ven cómo sus hijos tienen necesidades, que temen por su trabajo (el que lo tiene) y que, entre otras muchas cosas, no cuenta con nada claro en su futuro.

Este es el momento de las certezas y el político que no entienda esa clave verá disminuir su aceptación en la calle a marchas forzadas.

Huelga decir que las paparruchas populistas de muchos representantes que accedieron a la vida pública hace dos años (y que no llegaron a gobernar) no son más que eso, patochadas fruto de mentes calenturientas que se equivocaron de profesión cuando se incluyeron en una lista electoral. Las decisiones políticas inciden, y mucho, en la vida de la gente y no estamos en la mejor situación para aguantar a inventores de historias y reinterpretadores de la realidad, no son nada más que globos sonda. El populismo se alimenta sólo de eso, inventos irrealizables. Pero de hasta las paparruchas se aprende.

La verdad sólo tiene un camino y el hecho palpable es el único idioma que entiende el electorado, el vecino, el ciudadano que paga sus impuestos y que vota cada cuatro años. Las bombas de humo, a día de hoy, son perfectamente detectadas por el español, el castellano-manchego, el toledano y el talaverano de 2021. Y eso es lo que tiene que cambiar para que la gente vuelva a creer que quien le gobierna hace las cosas por el beneficio común.

En el pasado, y desgracidamente los rescoldos aún queman en el presente, el distanciamiento paulatino entre clase política y gobernados ha ido creciendo a una velocidad pasmosa. Y la gente ha madurado, ya no existe (afortunadamente) el analfabetismo y, por contra, hay sobreinformación para que nada se escape, demasiada sobreinformación para mi gusto –sobre todo desde las redes sociales donde muchos vomitan por la ventana de un post o un tweet para esconderse tras una cortina–. La cobardía sigue siendo una de nuestras mayores lacras. Pero la gente ve, lee, oye, se informa y luego decide. Se acabaron los nichos permanentes de votos.

Con lo que, a la vista de todo esto, hay que volver a la pregunta del inicio. Dos años… ¿y qué? Nuestra vida ha cambiado por el COVID, pero… ¿nada más?

El acelerador de nuestro motor espera ser pisado por nuestros gobernantes y el que no sea valiente no ganará la carrera. Quedan sólo dos etapas, dos años nada más... y nada menos.

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