OPINIÓN

Supremacismo y superioridad moral

La orilla derecha

Rafael de la Cruz | Sábado 15 de mayo de 2021

Se define supremacismo como la ideología que defiende la superioridad de un colectivo humano frente a los demás por razones étnicas, biológicas, culturales, religiosas o de origen. En los últimos tiempos se ha venido hablando del supremacismo sobre todo desde el punto de vista racial, en relación a la discriminación a la que algunos blancos de USA quieren tener sometida al resto de las razas.

Pero el supremacismo, como hemos visto en su significado, no sólo es un tema racial sino que afecta a todos los ámbitos del ser humano y últimamente además, en el campo de la política va a unido a la figura de la superioridad moral. Los que se creen superiores a los que no piensan como ellos, además de utilizar un trato discriminatorio para con los diferentes, se creen que poseen virtudes exclusivas que les colocan por encima de los ciudadanos que disienten de sus ideas, y esa posesión exclusiva del bien, la justicia y el acierto, facilita que no se planteen duda alguna al menospreciar, escarniar y perseguir a los según ellos son ciudadanos de segunda que no comulgan con su “verdad”.

La superioridad moral presunta, a diferencia del supremacismo a secas, es bidireccional. Por un lado, las élites dirigentes, creyéndose depositarios de la única verdad y de que ella es el exclusivo camino aceptable a seguir por la sociedad, sin dudas ni reflexiones, dirigen sus actuaciones a, desacreditar primero y eliminar después cualquier línea ideológica fuera de la suya, pues claramente en su empoderamiento enajenado son sustancialmente negativas. Por otro, sus seguidores, auténticos fanáticos irracionales, verdaderos muyahidines de la política y la vida social, se convierten en colaboradores ciegos de sus líderes, esbirros gratuitos al servicio del “mundo feliz” en el que nadie que no sea como ellos, es decir, como marcan sus altas instancias, cabe ni merece opinar o habitar.

El peligro de este supremacismo con superioridad moral se acrecienta cuando obtiene el beneplácito y la defensa de medios de comunicación, que lejos de defender la libertad de ideas, se convierten en panfletos al servicio de ese Gran Hermano que ya nos descubrió Orwell en su obra maestra “1984”.

Lo sorprendente es cómo quienes se instalan en ese maximalismo, a la hora de la verdad cuentan con un escaso apoyo popular, apoyo que se precipita en caída libre cuanto más dejan ver la verdadera “patita” de sus nefandas intenciones. Pero claro, cuando esto ocurre, y en el ejercicio de la democracia libre esa brigada del odio totalitario se ve arrinconada a los más lejanos arrabales de la minoría, entonces ese pueblo de cuya defensa se les llena la boca en sus demagógicas proclamas, entonces esa ciudadanía nos dicen que está alienada, que no sabe lo que vota, que es una masa amorfa y sin sentido. Para ellos si no se dice amén a sus propuestas, el voto no sirve, por lo que su máxima aspiración y modelo es instaurar un sistema sin libertades ni democracia.

Son peligrosos, listos que no inteligentes, astutos cual zorras asaltando gallineros, faltos de escrúpulos y reparos. Son todo eso y más, pero por suerte el pueblo ama sus derechos y su libertad y con las armas incruentas del voto y la opinión colocan a todos los que pretenden arrebatárselas en su sitio, el que merecen cuanto antes todos los aprendices de tiranos, se pinten del color que se pinten.

TEMAS RELACIONADOS:


Noticias relacionadas