Al igual que con el CDS de Adolfo Suárez, a Ciudadanos le ha entrado por la puerta trasera el síndrome de la anarquía política. Sin brújula no se navega. Y Ciudadanos, una formación que hasta hace poco era un posible referente para los votantes de centro, se diluye. Inexorablemente. Como UCD o el CDS.
La salida de Albert Rivera y su posterior sustitución por Inés Arrimadas no ha surtido efecto. El electorado prefería a ese brillante joven que afirmaba sin estridencias su posicionamiento sobre una línea política intermedia. Como siempre, los políticos, cuando no alcanzan sus metas se sienten desencantados. Rivera fue uno de ellos y, supongo, ahora es más feliz en su nuevo trabajo, con su nueva pareja y, en definitiva, con todo aquello que puede llevarte a una situación de, al menos, supuesta tranquilidad.
Los idealistas, como Rivera, fundan partidos, con un proyecto para alcanzar el buen fin de sus objetivos. Se mantienen en el candelero durante un tiempo. Pero, muchos de ellos, terminan abandonando su propia creación. Bien por falta de apoyo o bien por falta de medios. O ambas circunstancias. Añadamos también una pincelada de hartazgo.
Ciudadanos se ve abocado, como partido, a una disolución, a una disgregación o a un reparto de integraciones en otras fuerzas. El centro, una vez más, se difumina y pone fin a su corta existencia.
¿Volveremos al bipartidismo? Podría ser. Unidas Podemos está sufriendo un desgaste impresionante. Lo mismo que le ocurriría a Vox si tuviera alguna batuta de poder ejecutivo.
Tiempo al tiempo. La disgregación parlamentaria parece ir disminuyendo en todos los ámbitos. Exceptuando en las autonomías de Cataluña y Euskadi, en el resto se va perfilando la inutilidad de partidos que no suman sino en coaliciones con las formaciones tradicionales. Mi máximo respeto, por supuesto, hacia ellos, pero su papel de invitados no deja de ser secundario en la obra a representar.
La “italianización” del parlamento es un marasmo difícil de administrar. Como dijo Felipe González, España no tiene italianos que sepan asumir las tareas de consenso necesarias para dotar de estabilidad a este país. Y es porque, aquí, en esta nación que no sabe ni mirarse al espejo, el cainismo es el pan nuestro de cada día.
El final del centro político está próximo. Ahora queda por ver quién conquistará ese espacio político, tan amplio como volátil.