OPINIÓN

'Amor', por Rafael de la Cruz

La Orilla Derecha

Rafael de la Cruz | Domingo 14 de febrero de 2021

Nunca fui demasiado amigo de celebrar al santo defensor del amor rodeado de cupidos apuntando con sus flechas, así que pensé en acercarme a él cómo concepto, acudiendo a sesudos estudios psicológicos, pero deseché la idea al poco pues ni tengo conocimientos ni aptitud para ello.

El amor no puede ser contenido en un concepto o definición, por naturaleza es incontenible e indefinible. Hay tantos amores cómo amantes, amores singulares e intransferibles, amores que invaden y arrollan, que sorprenden y arrebatan, amores con nombre y apellidos, con aliento y calor, amores universo, amores que enamoran.

Y esa es la fuerza del amor, su indomable voluntad de romper esquemas y moldes, de aparecer a la vuelta de la esquina más inesperada y sorprenderte tapándote los ojos por detrás y susurrando al oído ¿sabes quien soy?. El amor no pide ser invitado para entrar y recorrerte, para hacerse dueño y señor de todas las estancias de tu ser, de cada poro de la piel, de cada pensamiento o deseo, sin dejar rincón alguno en el que clavar ondeando su estandarte.

El amor es invasor sin más. De la noche a la mañana el rejo de la peonza de nuestra vida deja de girar en nuestro occipucio y pasa a tener en otra persona su punto de apoyo. Lo dijo Octavio Paz al definir como esencia del amor a la otredad confrontada a la individualidad, tal y como Santa Teresa de Jesús tan bellamente describió: “vivo sin vivir en mi”. El enamorado no vive ni en él ni para él, vive por y para la persona amada, transciende su ego, lo deshace, lo aniquila.

Visto así puede parecer el amor una alienación, una destrucción tras la que, sobre los escombros de nuestra alma se construyan los palacios de una esclavitud aparentemente deseada, deseo que tal vez surja únicamente de una tóxica embriaguez de sentimientos confusos e irracionales. Esta es la cara negra del amor, la miseria que a veces se esconde tras idílicas fachadas de cartón piedra y que como cualquier otra droga promete paraísos dónde sólo hay infiernos.

Pero por suerte existe otro amor, el que cura y acaricia, el que complementa en lugar de restar, el que consigue que luzca en su esplendor lo mejor de uno mismo. Un amor que con sólo una mirada consigue el mágico exorcismo de ahuyentar cualquier demonio que pudiese atenazarnos. El amor siempre soñado como la mítica geografía dónde habitar en paz el resto de los días. El amor dónde hacerlo pasa de mero sexo a sacramento de íntima unión. El amor en el que todo entorno es el perfecto si es al lado de la persona amada, en el que un beso es alimento y una suave caricia dice mas que miles de páginas escritas.

No es difícil saber que ese amor ha llegado, aunque si lo es, lotería del destino o predestinación, quién lo sabe, que nos alcance. Cierra los ojos y piensa sólo en un lejano futuro, nada más que una cabeza ya gris en tu hombro y una arrugada mano cogiendo la tuya. Piensa eso y si tu rostro se ilumina con una sonrisa y tu corazón se enciende al imaginarlo, ese es tu amor, ese es el mío. Cómo nos dijo Lope,” esto es amor, quien lo probó lo sabe”.

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