OPINIÓN

Ante la próxima reforma educativa

José Cardona

David Martínez | Miércoles 23 de abril de 2014
Creo que nuestra sociedad actual viene caracterizada por la complejidad y el cambio acelerado, y esto provoca incertidumbre o dudas en quienes nos ha tocado vivirla.


A veces, hasta nos parece, al menos a mí, que hemos perdido el norte, que estamos desorientados, que se toman decisiones dando palos de ciego. Se cambia tanto, que no siempre sabemos si es mejor lo que trae el cambio o lo que se nos va con él. Digo todo esto desde la reflexión a que me invita la nueva (¡cuántas van ya!) reforma educativa que prepara el gobierno de manos del ministro de educación, José Antonio Wert. Intento hacerle llegar, estimado lector, un breve análisis razonado de algunas modificaciones que la administración educativa popular quiere llevar al Congreso de los Diputados en el próximo otoño.

En los años setenta nos despedíamos, gozosos unos (y no tanto otros, como sucede siempre), de la reválida en los bachilleres. Supongo que porque se estimaba que esa medida era buena para la formación de nuestros jóvenes. Y ahora, porque se considera que lo mejor es todo lo contrario, deseamos recuperar este tipo de prueba, pero por triplicado: reválida en Educación Primaria, reválida en ESO y reválida en el Bachillerato. Es decir, no quisimos una taza y ahora hemos de tomar tres. No obstante, puede que estas tazas sean necesarias ante el altísimo fracaso escolar en ESO y el bajo nivel de muchos universitarios. Porque opino que con esta medida se busca garantizar que el estudiante haya alcanzado las competencias básicas de una etapa educativa antes de comenzar los estudios en la siguiente. Desde mi punto de vista, este es un procedimiento válido, ya que son numerosas las críticas del profesorado de un determinado nivel sobre la insuficiente preparación de los alumnos que le llegan procedentes de una etapa formativa anterior.

Al parecer, toda esta pléyade de reválidas se llevará por delante, esto es, hará que desaparezca la actual selectividad previa al ingreso en los centros de educación superior (lo que hoy llamamos PAU: prueba de acceso a la universidad). Por otra parte, aquellos alumnos que reciban becas-salario para estudiar deberán devolver la subvención asignada si suspenden la mitad de las asignaturas del curso. Y no todo es negativo en esto, siempre que se haga con la debida prudencia, con criterio, buscando eliminar el fraude y potenciar el esfuerzo (¡ya era hora!) y responsabilidad de cierto porcentaje de estudiantes que hoy por hoy no lo hacen, lo que ha de ser bien venido. No debería extrañar a nadie que la Administración, sea cual fuere, intente velar por el buen uso de las inversiones que realiza en el desarrollo del capital humano. No se puede financiar con dinero público a un estudiante sin la adecuada aptitud y/o sin actitud y compromiso suficientes con el “trabajo” que realiza. Esto es un fraude para quienes sí lo hacen y, en general, para el país.

Además, hay en este proyecto reformista otras propuestas que, a mi juicio, son muy acertadas. Por ejemplo, la reducción del horario de ciertas asignaturas de los currículos actuales y el consiguiente refuerzo de otras materias más básicas: léase Lengua, Matemáticas, Ciencias e idiomas (inglés). O que sólo se permita pasar de curso con dos suspensos; no con tres, como hasta ahora. Y aún así, habría que matizar, ya que no se debería promocionar a alumnos habiendo suspendido dos asignaturas fundamentales. En otro orden, echo de menos en la propuesta una mayor atención a la formación humanista de nuestros estudiantes, y veo más política que pedagogía en el cambio de denominación de la asignatura “Educación para la ciudadanía”, aunque esto último es ya otro tema.

Pero dicho lo anterior, demos “al César lo que es del César…”, pues conviene no olvidar que la calidad educativa no depende exclusivamente de la bondad pedagógica de un determinado plan de estudios, sino que, además, suele estar en función del rigor desde el que se desarrolle, y de una adecuada dotación de recursos (materiales y humanos) junto a medidas que garanticen la eficacia y eficiencia de los mismos. Porque con los recortes aplicados, y por aplicar en este ámbito, la nueva reforma sería como encender una vela a dios y otra al diablo, si se me permite la expresión. Seamos, pues, coherentes.



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