Moisés de las Heras
David Martínez | Miércoles 23 de abril de 2014
La ley que se impone sin tener en cuenta sentimientos, historia, costumbres, es ley fracasada.
¿Qué pasaría si mañana hubiera fuego en la sierra de San Vicente y ningún vecino acudiese a apagarlo? Los que amparan al monte no entienden que el campesino español entronca con el noble medieval, se siente conde de su tierrecita, SIENTE el derecho de propiedad hasta la hiperestesia. Pero las Comunidades Autónomas asientan sus reales en la burocracia. La burocracia acapara esferas de poder y tiende a perpetuarse. Amparados en la función social de la propiedad contemplada en el artículo 33 de la Constitución, elaboraron leyes que pretendían proteger el monte. Ayer cada vecino limpiaba su tierra. Hoy la ley prohíbe, dentro de las tierras de cada uno, cortar ramas, zarzas, jaras. Si lo haces, incluso dentro de tus propias tierras, multa. Pero para el tío Nicasio cada terroncito cuenta. Lo ama más que a su propia carne. Aquella encina de allí no es una encina, es donde se enamoró, donde el padre le explicó no sé qué, donde merendaba con su abuelo. Su familia lleva siglos cuidando estas tierras ¿y ahora el forestal le va a explicar cómo hacerlo? Nicasio asiste desolado a cómo, para “hacer algo en mis tierras tengo que pedir permiso al forestal”. Y el problema pasa a ser personal. Y la ley consigue así lo contrario de lo que pretende, porque el hombre de campo deja de colaborar, y su colaboración es fundamental. El hombre de campo rechaza el sistema jurídico y un gobierno que no comprende. Nicasio no conoce a la prima de riesgo, pero sí a la madre del forestal. Y hay incendios por joder… ¿y por qué? Como yo no puedo disponer de mi encina, la quemo. Ya no se siembra. Amenazado de multa, Nicasio no limpia ni sus zarzas ni las ajenas, y el monte arde. Nunca hubo tanta gente cuidando el campo y nunca estuvo tan mal.
Noticias relacionadas