¿Vivimos en libertad vigilada?
(Foto: 20 Minutos).
El ciego del Berrenchín | Viernes 21 de agosto de 2020
Hay pocas cosas en la vida que no ofrecen dudas. Una de ellas es el Documento Nacional de Identidad (DNI). En mi caso se puede leer la fecha de nacimiento: 30 de abril de 1954. Obviamente estoy mayor si es así cuando uno va camino de los 67 años de edad. ¿O no? Que cada uno lo aprecie como quiera, pero hay situaciones que afrontar a las que a mi edad ya cuesta. No les voy a desvelar cuáles.
Sirva esta pequeña introducción para afrontar el análisis de lo que quiero exponer en esta cita. Estamos en verano, agosto ya, y en España. Un país, el nuestro, idílico para muchos turistas que buscan el sol, las playas, la gastronomía excelente, las tertulias al fragor de un cerveza o una copa y la vida nocturna. Y todo a un buen precio, imposible en otros lugares del mundo. Quien no quiera asimilar este sencillo razonamiento ni es de aquí ni aquí nunca vino. La pandemia del Covid-19 ha cambiado nuestro modo de vida o eso, al menos, es la realidad a la que nos ha sometido el bicho por un lado y las autoridades por otro. Y entiendo y asumo la preocupación de éstas y de todo ser responsable, entre los que presumo estar. La realidad de los fallecidos es incuestionable, aunque personalmente esperaré los datos de final de año, que realmente serán los únicos que puedan dar más luz a las cifras del día a día. Como incuestionable es el miedo escénico a un posible contagio, pero yo creo que más por el confinamiento obligado en tal caso que por el contagio en sí. Y no seré yo quien tire de imprudencia para hacer visible este último razonamiento.
Mientras tanto me adentro en algunas cuestiones que uno -y vuelvo a lo de ser mayor- no acaba muy bien de entender. Por ejemplo, eso de obligar al hostelero al cierre antes de lo que razonablemente se ha hecho en España durante muchos años. Lo digo porque es verano, tiempo de vacaciones y de despresionar al cerebro de los meses de actividad laboral. Y no sé, realmente, qué es lo que se busca con esa medida porque el veinteañero, el treintañero, el cuarentón y alguno más no se va a encerrar en casa un viernes o un sábado a la 1 de la mañana. NO. Rotundamente NO. Y lo digo por lo que veo desde la Serena Extremeña en la que me encuentro pasando unos días. Los jóvenes siguen con su marcha hasta las tantas... Y buscan las vueltas (en caminos o cercas aledañas) y los vericuetos a la autoridad, de tal manera que a la postre el único perjudicado es el hostelero de turno, al que se le niega el pan y la sal en la época en la que se puede hacer caja para sobrevivir el duro otoño e invierno en el medio rural. Los jóvenes siguen a lo suyo, entre otras cuestiones porque no hay efectivos policiales de vigilancia para el control de grupos o individuos.
Pero es que los de mi edad, o similares, más de lo mismo. Esta noche en mi casa y mañana en la tuya. Para echar unas risas en situaciones tan poco apropiadas; para jugar un bingo o una partida de cartas en el patio intentando no molestar al vecino mientras disfrutamos de una fresca cerveza o una copichuela. Eso sí, procurando no pasar de la decena. Y el perjuicio para el del bar del pueblo (y sólo hay dos para más 600 habitantes) que nos mira con cara de tonto cuando a las 12 de la noche nos dice con tristeza que ya no nos puede servir. Esta medida, adoptada por las comunidades a raíz de la orden ministerial, no voy a decir que sea injusta, porque no es de mi competencia y para eso están los jueces si es que los hosteleros optan por acudir a ellos en defensa de sus legítimos intereses. Pero sí, entiendo, que no es la panacea para frenar a este bicho que está dando por ahí -donde ustedes se imagina- más de la cuenta.
Que cierren prostíbulos, y hasta garitos de baile, lo podría entender en el estado actual, pero no asumo que el que a la una de la mañana en España, siendo verano y estando de vacaciones, y con la importancia que tiene el turismo para nosotros, eso evite contagios. No. Me niego a comulgar con ruedas de molino cuando demostrado queda que de los 47 millones de españoles 46 y medio nos hemos comportado correctamente tras 63 días de dureza extrema, un verano sin piscinas en el medio rural y sin fiestas patronales. Hay muchas cuestiones más en las que podría entrar, pero no quiero ser excesivamente duro con los autores de los decretos, aunque muchas veces me dé por pensar que éstos viven de espaldas a la realidad social, que la mayor parte de ésta mi muy querida España conocemos. ¿Acaso porque muchos de ellos disponen de piscina en casa, amplio jardín, estancias privadas de lujo y playas acotadas? Hemos sufrido tanto durante estos meses que me duele que a los pobres nos sigan robando lo poco que tenemos: “fumarnos un cigarro en una terraza de barrio o de pueblo al amparo de una tertulia familiar o de amigos y con una cerveza de por medio”. Y con las medidas reglamentarias. NO. Va a ser cierto lo que algunos dicen: “si tengo que morir, preferiría hacerlo del bichito que de hambruna”.
Y si ustedes señorías piensan que mientras no exista vacuna no hay solución, volvamos al proceso inicial, que ya estamos acostumbrados. Pero a mi edad, y aún siendo de alto riesgo, me niego a vivir en constante “libertad vigilada”. Disculpen, lectores, si he dicho algún exabrupto. Pero es lo que pienso y lo que me duele de veras. ¡Feliz final de vacaciones, si es que las han podido tener; bueno, mejor... disfrutar!
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