OPINIÓN

Nodus Tollens

La orilla derecha

Rafael de la Cruz | Martes 14 de julio de 2020

Decidí, por fin, sentarme en el borde del precipicio de la memoria y contemplarme desde la vertiginosa altura del tiempo vivido, del tiempo que se agotó inexorable. Aproveché los largos días de confinamiento, cuándo ya el mundo exterior se presentaba únicamente como el recuerdo de un sueño que poco a poco se va deshaciendo, para enfrentarme al escrutinio de mi vida, desnuda de artificios e imposturas.

Las más de las veces la vorágine de lo cotidiano, plagada de banales urgencias y obligaciones sin sentido, me impidió tomar conciencia de que viví, no me permitió el conocimiento cierto de lo que realmente soy. Más que vivir, he sobrevivido, transitado por el calendario sin llevar las riendas de mi destino. Satisfacer lo material fue el único objetivo a cumplir, la única causa a la que guardar devoción y dejé aparcada mi esencia en el rincón más recóndito de la buhardilla del alma.

Me atemorizaba asomarme al oscuro brocal de una vida ya pasada para lanzar una piedra que me permitiese calcular la profundidad del fondo, y que al golpear en él, devolviese el eco de mil palabras reprimidas, de mil besos frustrados, de todos los abrazos abortados. Un eco de mi voz repetida una vez y otra, voz grave y sonora, recordando como estoy ya perdido, que he acabado siendo sólo un espantapájaros fabricado con sueños rotos , vestido ridículamente con los jirones de esperanzas ajadas por el cobarde temor a perder lo que nunca tuve.

Ahora, desde la atalaya de la juventud perdida, intento comprender cómo pasó todo, cuando dejé de existir para dar paso a quién ahora soy, a este desconocido que habita en mi cuerpo sin que nadie le invitase a entrar pero al que tampoco se le prohibió el acceso. Nada entiendo de todo este camino recorrido esclavo de mi propia alienación, Nada me sirve para iluminar mi mente y hacerme ver por qué estoy dónde y cómo estoy. Es el reino de la confusión, de la más honda perplejidad, de la insatisfacción más absoluta.

Levanto la vista del abismo justo antes de caer en él presa de su hipnótica y letal atracción. Me giro y oteo el horizonte, descubriendo que el camino continua, que aún no llegué a la estación "termini" de mi vida. Es hora de aligerar equipaje e iniciar la senda que ante mis ojos transcurre serpenteante por una aún llanura inmensa. Doy el primer paso con decisión e inspiro fuertemente para llenar mis pulmones de esperanza.

Quién sabe si tras algún recodo alguien pueda hacer a la par este nuevo recorrido, qué es tanto búsqueda cómo huida.