La orilla derecha
Rafael de la Cruz | Martes 24 de septiembre de 2019
Cada otoño un nuevo período comienza en la vida de la mayor parte de las personas. El verdadero hito que va marcando el paso del tiempo no es la noche del 31 de diciembre, sino esa fecha variable del mes de septiembre en la que los estudiantes de todas las edades se reincorporan a la vida académica tras el parón estival.
Aún recuerdo esos días en los que los sentimientos eran una mezcla contradictoria, por un lado el deseo de rencontrarme con los compañeros después de mas de dos meses sin compartir juegos y carreras, y por otro, el disgusto por dejar atrás esos largos días en los que la única obligación era dejar pasar las horas.
Los libros a estrenar exigían un trato cuidadoso que no duraba mas allá de la primera semana de clases y los rollos de plástico para forrarlos esperaban año tras año las manos de mamá encargada siempre de esa labor. El ritual de preparar estuches y mochilas se convertía en la imprescindible liturgia de nuestra educación.
El tiempo pasa y dejamos de participar en ese ritual en la condición de alumnos para pasar a ser padres, profesores o abuelos. El tiempo pasa, pero lo que no cambia es la sensación de traspasar una puerta, de subir un peldaño, de celebrar el solsticio que acaba con el verano para dar paso al otoño y al invierno.
Intentemos mantener la ilusión de esos primeros días de colegio en todas las facetas de nuestra vida, acerquémonos a todas y cada una de las actividades con la misma ilusión del niño que escribe su nombre y apellidos en un cuaderno en blanco. Al fin de cuentas nuestras vidas no son sino un cuaderno en blanco que vamos rellenando día a día hasta ese último renglón que es la muerte.
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