OPINIÓN

¿Alternativas para salir de la crisis?

José Cardona

David Martínez | Miércoles 23 de abril de 2014
“Quien compra lo superfluo, no tardará en verse obligado a vender lo necesario” (Franklin)


Estoy por creer, como me aconsejan algunas personas, que mi amigo Eulalio esté equivocado en sus teorías económicas, en su metodología de análisis, tan heterodoxa ella, sobre esta crisis que padecemos hace ya tiempo. Afirma mi ilustre paisano que ha leído el libro de un tal Vicenç Navarro y colaboradores (“Hay alternativas: Propuestas para crear empleo y bienestar social en España”, Madrid, editorial Sequitur, 2011), y que, lo que allí se dice, le ha abierto sus entendederas, que le ha convencido, vamos. Y, a su manera, me lo explica.

Una de las medidas que propone el citado autor, me cuenta, consiste en acercar los lugares de consumo y de producción, en un intento de eliminar esta cultura de centro comercial, de hipermercado, en la que estamos inmersos, y ayudar financieramente al pequeño comercio. En principio, y dicho así, parece un disparate en estos tiempos de globalización, aunque pensando un poco…
Hace unas décadas, no tantas, nuestra Talavera, por ejemplo, era una ciudad de pequeños y medianos comercios, entrañables y familiares, con un sinfín de tiendas y almacenes salpicando sus calles bulliciosas de clientes locales y comarcanos, sin un supermercado entonces, con cientos, y hasta miles, de empleados que acudían a su trabajo todos los días. Y esta “radiografía” propició que un “pueblo grande” en los años cuarenta cuadruplicara su población, su negocio y sus servicios unas décadas después.

En aquella Talavera no existía el paro, porque uno se encontraba por todas partes el esfuerzo en el trabajo (agropecuario, industrial o comercial), la austeridad en el gasto (y aún así se gastaba lo suficiente para que ninguna empresa echara el cierre). Es más, había emprendedores que olfateaban nuevas necesidades y demandas de la población convirtiéndolas en empresas. Por doquier se veían gentes esperanzadas, con objetivos a corto, medio y largo plazo. Se observaba una ciudad con vida, en constante crecimiento y con un más que aceptable nivel de vida.

Una ciudad en la que agricultores y ganaderos de Talavera y comarca surtían sus fruterías y lecherías, compraban y arreglaban sus aperos en las ferreterías o talleres de la villa, donde el frutero compraba al panadero de enfrente, el panadero se vestía en nuestras sastrerías y tiendas de confección, el sastre consumía en los bares locales… y, en su mayor parte, el dinero circulaba por aquí, sin emigrar a otros lugares, generando riqueza y puestos de trabajo. Un sistema un tanto autárquico, según Eulalio, pero que tenía a la mayoría de la gente ocupada, viviendo aceptablemente, disfrutando directa o indirectamente del rendimiento de su trabajo. ¿A dónde va ahora todo el dinero que genera el consumo talaverano? ¿Qué porcentaje del mismo se invierte en la ciudad? Hoy, tras la temeraria y casi irreversible disminución de nuestro tejido industrial (empresas agrarias, textiles, etc.), nos obliga a importar demasiado y producimos, lo que se dice producir, muchísimo menos. Y lo que se produce no se logra vender adecuadamente. ¿Por qué? ¿Por falta de competitividad? Pues arreglémoslo, e importemos menos, ya que esto conduce a la dependencia externa, al desequilibrio en nuestra balanza comercial y, por lo que se ve, a la pobreza.

Por otra parte, apostilla Eulalio (inspirado en la lectura del citado librito), es hora ya de pensar más en el desarrollo de lo agropecuario y sus industrias de transformación (Senoble puede ser un paso esperanzador en esta línea), en la potenciación de los bienes y servicios de proximidad, en garantizar la financiación de pequeñas y medianas empresas, o en medidas concretas de apoyo al pequeño comercio. Esto es, en algo estructural que no nos deje en manos de la burbuja inmobiliaria (construcción), o del veleidoso turismo, un sector que, tal vez mañana, programe sus viajes hacia otras geografías, tan atractivas como la nuestra pero más baratas, y deje allí sus dineros.

A estas alturas de mi columna, no sé si mi amigo Eulalio tiene razón en sus planteamientos, si ese librito le ayuda a pensar o le ha trastornado. ¿Y usted, querido lector?


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