José Cardona
Redacción La Voz del Tajo | Miércoles 23 de abril de 2014
Querido lector, cada día intento evadirme unos minutos de mi cotidiana labor profesional (ya saben, soy profesor) para pensar sobre otros asuntos que, por ética, me preocupan.
Hoy, la reflexión que le traslado desde esta columna ha sido inspirada por mi adicción a la lectura y escucha de diferentes medios de comunicación de nuestro país. Desde lo que se dice o se oye en todos ellos, parecería que los únicos problemas, con serlo, que padecemos los españoles son los derivados de la economía (paro galopante, déficit público, impuestos hasta en la sopa), un Gobierno socialista que todo lo hace mal, una oposición que es la panacea de todos los males habidos y por haber, o la pugna entre Barcelona y Real Madrid por el liderazgo de la Liga BBVA. Y casi pare usted de contar.
Pero no es así, mal que les pese a dichos medios de comunicación. Hoy, martes 15 de febrero de 2011, cuando llega a usted este número de La Voz del Tajo, se conmemora el Día Internacional del Cáncer Infantil, enfermedad que es la segunda causa de mortalidad en niños con edades comprendidas entre uno y catorce años (aunque cualquier día de nuestra vida sea bueno para pensar en ello). Las estadísticas, tozudas, inquietantes (aunque, a veces, no queramos consultarlas para que no nos amarguen el día), muestran que cada año más de ¡ciento setenta mil niños! son diagnosticados con cáncer en el mundo. Pero, claro, el 80% de ellos viven en países subdesarrollados. Y, ya se sabe, allí ocurre de todo. Pero, no señor, no sólo allí ocurre de todo; ese todo también sucede aquí, a la vuelta de nuestra esquina. Y nuestras conciencias no se alteran.
Porque si es cierto que en los países en desarrollo más de la mitad de los niños diagnosticados con un cáncer tiene probabilidades altas de morir, también lo es que, según la Unión Internacional Contra el Cáncer, en los países desarrollados (nuestra España entre ellos, pongo por caso) uno de cada cuatro niños/as con esta enfermedad (esto es, el 25 %) no sobreviven tras ser diagnosticados. Y no es menos verdad que, en lo que se refiere en concreto a España, registramos cada año 850 casos nuevos de cáncer en niños menores de quince años. Es posible que estadísticas como éstas sean susceptibles de alguna matización o actualización, pero ahí están en lo fundamental.
Un último dato para nuestra información. Según la Agencia Internacional de Investigación sobre esta enfermedad, los cánceres más frecuentes en la infancia son la leucemia (cáncer de los glóbulos blancos), el linfoma (cáncer de los ganglios linfáticos), tumores cerebrales y el osteosarcoma (o cáncer de huesos), siendo la leucemia el de mayor presencia en la infancia, y del que existen varias modalidades. Una de ellas, las leucemias linfoblásticas agudas, suelen padecerse en edades comprendidas entre los dos y los ocho años. También aquí, posiblemente, tendrían algo que decir los especialistas, pero el fenómeno es, en lo esencial, más o menos así.
No es mi deseo abrumarlo, estimado lector, recordando problemillas como éste, o como otros que, en relación con la sanidad, podría traer aquí: es el caso de la esclerosis múltiple, el de las colas de espera para intervenciones quirúrgicas, o el de aquellos tratamientos un tanto especiales, por poner sólo unos ejemplos. Frente a todo esto, para la política y los mass media parecen ser de más enjundia los carriles para bicicletas, la traducción simultánea en una institución donde todos hablan la misma lengua (el español), los arreglitos en las plazuelas de nuestras aldeas (con un tufillo a cemento que no hay quien lo aguante), los numerosos coches oficiales de nuestros políticos, sus generosos sueldos y pensiones, y otras lindezas por el estilo. En fin, para qué seguir. Pensando en ello, intuyo que podrían mejorar bastante los presupuestos generales del Estado (o Estados) insuflando racionalización en sus diferentes capítulos, pero, claro, para eso hace falta saber lo que cuesta un café. Y conste que siento coincidir con el actual discurso de la derecha española, pero es que ¡son cosas tan evidentes! Y si es así, ¿por qué no se corrigen? Y, si no lo son, dígamelo usted, lector, porque, en esta ocasión, mi buen amigo Eulalio no ha querido mojarse.
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