No crean que les voy a hablar de pleitos, no. Quiero referirme a lo que ocurre cada vez que depositamos el voto en la urna, en cada elección.
Es en ese momento cuando muchos se ponen a temblar por no saber qué les deparará el futuro.
Gracias a la experiencia (y duro aguante) de mi familia, este medio de comunicación cumplía en 2018 nada menos que 40 años. Vicisitudes han pasado, y muchas, pero cuando la claridad es la que gobierna la razón de ser, pocos enemigos son inquebrantables.
Por mucho que ciertos elementos –vestidos de traje para intentar aparentar algo– quieran hundir a quienes no consideran “de los suyos”, los plazos llegan y San Martín siempre se celebra.
Ahora, a la vista de lo que ocurría hace apenas diez días muchos ‘intocables’ tendrán que replegar velas y volver, humildemente, a agachar la cabeza y ser “personas normales”.
Algo así ocurre en el seno de los partidos políticos, las victorias deben ser bien digeridas, igual que las derrotas. Por eso, cuando alguien gana debe ser justo y tomar conciencia real de quiénes estuvieron ahí, tragando tierra, a costa de mucho desalmado. No les hablo en primera persona, sino de todas esas personas que arrimaron el hombro cuando fue necesario, que acudieron cuando se les necesitó o pusieron su cara en las redes sociales para recibir hasta desagradables insultos. Reconocerles el mérito y hacérles partícipes es lo justo.
Podría darles nombres pero también debería recordar a la legión de cobardes que se esconden tras perfiles falsos y escupen anónimamente la primera falsedad que les ha contado el jefe de filas. Esos, tendrán castigo y no será muy tarde.