Salvador Aldeguer
David Martínez | Miércoles 23 de abril de 2014
La línea cronológica que engarza el progreso del juego como tal en mi memoria se remonta a un salón de billares de Sarriá, en Barcelona, que solía frecuentar con los compañeros cuando salíamos del colegio, aunque no todas las veces que salíamos del colegio habíamos escuchado el timbre que anunciaba el fin de la última clase.
Futbolines con jugadores de hierro y dos piernas; mesas de ping-pong; máquinas de pinball; y una extraño aparato en el que echabas una peseta y tenías que ir conduciéndola mientras girabas un volante, eran todas las referencias en máquinas de ocio que teníamos y que nos dejaron grabados en el rincón dedicado a la infancia, momentos inolvidables en los que realmente ganar o perder nunca resultó ser lo más importante. Más tarde, vía Andorra, llegaron unos artilugios con unos mandos que se conectaban a la televisión y aparecían dos barras y un cuadradito, el primer juego electrónico que fue bautizado precisamente con el rimbombante nombre de ‘tenis electrónico’. La primera partida era emocionante; la segunda, una revancha; y la tercera, directamente resultaba soporífera. Y un día, de repente, llegaron las máquinas de ‘matar marcianitos’, la de ‘Space Invaders’ y la de ‘Asteroids’. Cuatro zumbidos y un par de explosiones componían la banda sonora de esas nuevas aventuras que la técnica ofrecía por dos duros la partida o cinco duros las tres partidas. Y llegaron las ‘Comecocos’, las de los ‘Juegos Olímpicos’, con las que te dejabas los dedos para hacer que tu campeón corriese o nadase más rápido que sus contrincantes. Y, de nuevo, otra inesperada vuelta de tuerca del progreso, nos trajo los ‘Amstrad’ y los ‘Spectrum’, unos bocetos de ordenadores con jueguecillos básicos y laberínticos, que precisaban de una gran dosis de habilidad y muchísima imaginación en lo que al desarrollo gráfico se refería. Y, sin previo aviso, los ordenadores plagaron el planeta, con sus tarjetas gráficas y de sonido, y los juegos cobraron vida, tanta, que necesitaron un soporte especifico para utilizar toda la memoria, y, entonces, cayeron del cielo las consolas de videojuegos. Cientos de mundos por explorar; miles de músicas y efectos por escuchar; millones de posibilidades de entrelazar nuestro tiempo con el de fascinantes realidades virtuales. Y de ahí, a las pantallas de los teléfonos. Quién habría pensado hace sólo unos pocos años que se podría jugar al golf, desembarcar en Normandía, enfrentarse a temibles dragones, correr en un fórmula 1, jugar una final de Roland Garros, o desafiar al mismísimo Darth Vader ¡desde la pantalla de nuestro teléfono! Pero lo cierto, es que cuando el progreso parece tocar techo, vuelves hacía atrás, y buscas el equilibrio entre las partidas ganadas y el tiempo perdido. Y te das cuenta de que el mejor de los juegos, el más real y sorprendente, el más sorpresivo, el que tiene la más alta de las definiciones, infinitos colores y un billón de sonidos aun por inventar, es simplemente la vida, el juego más espeluznante que a todos nos ha tocado jugar, y que algunas veces, sin tener en cuenta la puntuación conseguida, pero con un poco de suerte, nos da una partida extra. Y esa, siempre merece la pena volver a jugarla. Game Over.
Manzana – S.
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Monkey Business.
Juego el juego, por el juego mismo.
(Sherlock Holmes)
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