Trajano
Redacción La Voz del Tajo | Miércoles 22 de agosto de 2018
Como cada año por las mismas fechas se ven obligados a abandonar su casa con pesar y desgana durante los quince días de festejos, prefestejos y posfestejos que, debido a la proximidad de su vivienda con la plaza del pueblo, les impide vivir y dormir con la tranquilidad que necesitan, dada su avanzada edad. Ella tiene 83 años y él 96, casi centenario. Para este año el programa de festejos anuncia cinco días de música ininterrumpida hasta el amanecer, con más decibelios que los de un concierto de rock en el Estadio Bernabéu y la seguridad de que se cumplirá estrictamente el horario establecido, aunque sean tan sólo tres o cuatro tambaleantes vecinos los que ocupen la pista de baile a última hora.
Antes de su marcha han contratado a una mujer para que cambie a diario los papeles empapados que colocan debajo de la puerta de entrada, con la intención de que el río de meadas no les llegue hasta el salón o la cocina. La madera de la puerta está ya medio podrida y durante los siguientes seis meses desprenderá un insoportable olor a orines que sufrirán con resignación. Pero son las fiestas y, a pesar de los urinarios públicos, hay libertad para evacuar donde a uno le plazca, faltaría más. Las tapias, muros, paredes y puertas de las calles adyacentes están para eso. Siempre se quejan los mismos aguafiestas.
Durante los cinco meses de buen tiempo los muchachos, niños y padres se reúnen en la plaza para jugar y charlar alegremente, aprovechando el frescor nocturno. Como es lógico, tras varias horas de esparcimiento, aparecen las ganas de orinar. No es cuestión de interrumpir el grato momento para desplazarse hasta la vivienda, cuando se puede hacer en cualquier callejón próximo sin demasiados testigos. Las calles y puertas circundantes, tras las que intentan descansar sus moradores, amanecen con las huellas y los hedores que dejan los bulliciosos trasnochadores. Pero estamos en verano y todos tenemos derecho a divertirnos. Siempre están protestando los mismos aguafiestas.
En la calle Real, una de las principales del pueblo, un establecimiento regentado por una familia china vende botes fríos de cerveza a 0,60 céntimos. Alrededor de la plazuela en la que se sitúa, varios grupos de jóvenes y maduritos beben alegremente hasta que les llega la hora de evacuar las vejigas. Ninguno se plantea el dilema de dónde hacerlo de manera “cívica”, la primera tapia, puerta o pared de los callejones próximos les vale para dejar sus orines o aguas mayores, si viene al caso, incluso en presencia de los transeúntes, que no se atreven a afear tal impropia conducta. Pasar por esas calles a cualquier hora del día supone el riesgo de pisar los charcos y el de tener que contener la respiración durante todo el trayecto. Somos libres y tenemos derecho a mear donde queramos. Siempre los mismos aguafiestas.
Esto, que podría parecer un guion de Almodovar o Berlanga, es la triste realidad de un pueblo que antepone, por razones claramente electorales, el alegre bienestar de una mayoría por encima de cualquier normativa restrictiva que limite su “libertad”, aunque suponga un perjuicio para una minoría que no afecta para nada el recuento final de votos. Pan y circo amigos.
De nada sirvieron las promesas que recogí hace dos años de la regidora municipal en las que se me aseguraba iba poner coto a estos desmanes con diferentes iniciativas. Nihil dicit. De nada sirvieron tampoco las promesas de finalizar de una vez el Plan de Ordenación Municipal (POM) paralizado desde hace más de veinte años y que impide la llegada de grandes empresas al carecer de un terreno industrial claramente determinado, ni la de poner en funcionamiento la depuradora de aguas que, tras una inversión de cientos de miles de euros, lleva años abandonada e inutilizada, arrojándose al Tajo las aguas fecales procedentes de toda la comarca.
(¿Dónde están las plataformas ecologistas?) No hay recursos para acometer estas mejoras pero no faltan para que, año tras año, aumenten los festejos, celebraciones, diversiones o agasajos. Pan y circo señores, una ecuación que da como resultado el voto fiel del contribuyente contento. Una fórmula usada ya por los romanos; nihil sub sole novum. Por cierto, no he mencionado aún el pueblo del relato, siguiendo con el latín y hablando en román paladino, pongamos que hablo de Cepa, municipium Toletano.