Noventa años contemplan, ante el objetivo de Valeria Cassina, a Martín Piña, proyeccionista de cine que ha pasado por las cabinas de todos los cines de Talavera. Ya desde pequeño se sintió atraído por la cabina de luz de la que surgían las películas y ese alma –como se puede apreciar en los retratos que hoy le ofrecemos– sigue enamorada de las máquinas, las lámparas, los motores, los carbones, el celuloide, las tijeras o el pegamento. Porque antes, cuando Martín ejercía su profesión desde el año 1943 hasta su jubilación, su labor era prácticamente artesanal.
Las salas del Calderón, Victoria, Coliseum, Ideal, Palenque, Banderas, Marjul o El Prado, donde prácticamente todos los talaveranos hemos disfrutado de tardes de cine repletas de sensaciones, tenían a Martín como imprescindible protagonista para nuestros ratos de ocio.
Su amor por la cinematografía comenzó, curiosamente, junto a su primo, que le llevó al cine de la localidad de Oropesa, donde no pudo apartar la mirada de la cabina de donde manaban las imágenes en movimiento. De ahí al Cine Calderón, en la talaverana Plaza de los Descalzos, donde comenzó y culminó su carrera. Allí entró por primera vez como caramelero hasta llegar a ser operador cinematográfico, pese a que su profesión realmente era la de herrero, que compaginaba con el cine. Ahora, tras medio siglo proyectando, el Festival Nacional de los Premios Pávez le ha distinguido por toda una vida dedicada al séptimo arte.
Texto: Alberto Retana.
Fotos: Valeria Cassina.