Cuando percibimos, sacamos conclusiones. Los sentidos nos indican qué es y qué no es real.
Puede que muchos crean que existe un más allá, que hay fenómenos paranormales o que existen espíritus, o fantasmas, o criaturas intangibles…
Yo ya no. Lo que sí percibo es la dureza de la realidad. El día a día, los problemas que vamos comiéndonos, desayunándolos y tomándolos de postre. Al igual que Sartre, continúo confiando más en el existencialismo y ese afianzamiento hacia nuestro destino final, que está más que claro.
No hay más allá. Sólo existe esto, nuestro entorno, nuestra circunstancia, nuestra vida, nuestro día a día…
Realidad. ¿Cómo huir de ella si es dura? Nos podemos refugiar momentáneamente, pero no podemos eludirla.
Hace unos días alguien me decía que iba a perder su piso. Estaba en paro, no podía hacer frente a la hipoteca. Como tantos. Esa ‘realidad hipotecaria’ no le dejaba dormir, temía por su futuro. Duro futuro. Dura realidad.
Lo cierto es que la realidad es como un animal que nos ataca y nos mantiene presos. Nos podemos amparar en los buenos recuerdos, en la divagación tras ver una buena película, pero, al final, siempre está esa realidad, la percepción del momento, el sabor amargo de vivir.
Hemos venido a este mundo a reír, a amar, a llorar…A llorar lágrimas de realidad.
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