Cerca de no sé dónde hay una región cubierta por densa jungla y dominado por una tribu que le da su nombre: “los examinados”. Sus habitantes son poderosos guerreros que controlan todo el territorio...
Cerca de no sé dónde hay una región cubierta por densa jungla y dominado por una tribu que le da su nombre: “los examinados”. Sus habitantes son poderosos guerreros que controlan todo el territorio. Pocos viajeros pueden presumir de haberles visto y quienes lo consiguieron aseguran que tienen los ojos en la espalda y la boca en medio del pecho. Muy cerca, está la Isla de los Empollones donde los padres hacen estudiar la lección durante toda la semana a sus hijos en lugar de dejarlos salir a jugar y les obligan a pasar interminables series de exámenes. Aunque sus cuerpos sigan minúsculos, sus cerebros crecen y crecen hasta parecerse a una calabaza gigante y se convierten en nabos con nada más que agua dentro. Aún así, sus padres les arrancan las hojas en cuanto crecen para que no tengan nada verde encima —algo así leí en la Guía de Lugares Imaginarios de no sé qué año y qué editorial.
Dice quien bien me sé que mis artículos están escritos como si en un lugar imaginario y con un lenguaje metafórico construido con metáforas continuadas relacionadas con las edades de las personas: "si la juventud es la primavera de la vida, la madurez es el estío y la vejez, el invierno", cosas así de paradójicas.
Si como ejemplo de mi lenguaje metafórico hoy escribiera sobre el regreso a España de Victoria Kent, algunos pensarían que me refiero a Mariano Rajoy, otros que a Alberto Rivera, los más que a Pedro Sánchez y hasta al podemita embarullado Pablo Iglesias, un pelado que acude en vaqueros a la citación oficial que le hace el Jefe del Estado de España y que se siente el inventor del Pokémon GO callejero y cosas así.
Cuando el 11 de octubre de 1977 Victoria Kent regresó a España tras un exilio de cuarenta años, por solo cuatro meses hubiera podido votar en las elecciones parlamentarias donde los españoles dieron el triunfo a la UCD de Adolfo Suárez. Cuando se aprobó el sufragio universal en España, la Kent estuvo empeñada en que los mujeres no tenían suficiente cabeza para saber qué votar. Su verdadero pánico estaba en que a las españolas, engullidas por el espíritu católico, si se les daba el derecho a votar lo hubieran hecho a la derecha.
Aquí y ahora, los mensajeros y sus escribidores anuncian una tragedia cada día porque los jugadores del Pokémon GO, un videojuego que exhorta a que los jugadores recorran el mundo para descubrir toda clase de pokémon cuyas distintas especies aparecen dependiendo de la zona visitada. Las calles del mundo real asoman representadas en Pokémon GO en forma de un mapa que muestra el lugar donde se encuentra el jugador y congrega a unos pirados que recorren las calles de las ciudades más importantes del mundo real. Pasan como locos del ataque de optimismo colectivo a la avalancha del pesimismo irreversible. Como si siempre pudiera haber una primera vez para el suicidio colectivo.
‘Vorágine’ y ‘tentenublo’ son dos palabras recobradas para explicar este momento. La vorágine es un remolino impetuoso de confusión, desorden y precipitación en los sentimientos y la forma de vida; como si un tsunami. Tocar a tentenublo es el toque que se hace por repique de campanas o por otros sistemas para alejar las tormentas: “tentenublo”, “detente nube”. El toque iba acompañado de letanías como “Si lluvia traes ven para acá, si piedra, vete para allá”. Hasta Rodrigo de Triana acabó tan enfadado porque Colón no le pagó los 10.000 maravedíes prometidos al primero que divisara tierra que se hizo musulmán.
Al filo de lo imposible, cada vez tenemos más termómetros y menos termostatos. Demasiados termómetros que cuentan lo que pasa o creen que pasa, y pocos o ningún termostato que organice la calentura para alejar la vorágine del Pokemon GO.
En mi Vado Permanente trato de aclarar que aunque vivamos en un lugar imaginario se sabe quiénes son los examinadores, quiénes las personas que en su nombre saben a dónde se ha de llegar, el cómo, el cuándo y el objetivo final. A los jugadores imaginarios no les interesa codearse con los examinadores y saber si se les paga en negro, en blanco o en colorado.