Últimamente parece no haber día ajeno a la barbarie. Olas de atentados, en distintos lugares del mundo. Muertos de toda raza, edad, signo y condición. Fanáticos que se ocultan en el anonimato, la muchedumbre. Tipos supuestamente normales que pasan desapercibidos. Que albergan una dosis tan alta de odio, fanatismos, rencor, carente de sentimientos. Y es que no soy capaz de entender que se le pasa por la cabeza a alguien, por muy fanático que sea, que es capaz de guiar un camión a través de una multitud atropellando de seguido a decenas, centenares de personas y haciéndoles volar, fruto del impacto, como si se tratase de un juego de marcianitos. Supongo que ese conductor abatido, terrorista o lo que fuera, antes de convertirse en ese ser, tendría madre, padre, hermanos, vamos que no nació como una seta. No soy capaz de creer que un ser humano pueda abstraerse por completo de los sentimientos. Por mucho que otros se puedan priorizar o superponer a la propia humanidad. Despreciable, en Niza y en Afganistan.
Porque la igual que la respuesta para resolver el problema no pasa por las bombas y los aviones, por los ejércitos ni las fuerzas coordinadas. Tampoco sirve pintar con banderas las fotos de los perfiles sociales. Descargar las conciencias no es mostrar respeto. Ni mostrar respeto es abordar con firmeza los problemas. Ahora que los protagonistas de aquella fatídica foto de las azores parecen empezar a ser conscientes de las consecuencias de sus actos, todos menos uno. Ahora que ya no estamos en la polvareda, sino en el lodazal. Ahora, como entonces, es la población civil quien sufre las consecuencias, quien pierde la inocencia y pierde la vida. Igual que en Bagdad, en las capitales europeas. La estrategia estaba equivocada desde el principio. Algunos han tenido la decencia de reconocerlo. El presidente Aznar, aun no. Por el contrario, en Turquía, los usufructuarios de las armas que deben proteger a los ciudadanos y al estado las han intentado utilizar contra él. Miren que no comparto la política, ni me agrada el presidente Turco, Erdogan. Pero la valentía de su pueblo, poniéndose delante de los tanques y obligándoles a parar el levantamiento militar. Habla de la madurez democrática de un pueblo, de la firmeza y la determinación, de la creencia en la convivencia entre personas. Por mucho que sus representantes políticos, a veces, hagan por que no se les note y no les traspase