Carlos Leopoldo Álvarez | Viernes 17 de junio de 2016
A mediados de los sesenta España comenzaba a salir del blanco y negro. Un tibio rayo de sol se filtraba entre las grietas del régimen caduco dejando entrever los colores que llegaban del otro lado de los Pirineos.
A mediados de los sesenta España comenzaba a salir del blanco y negro. Un tibio rayo de sol se filtraba entre las grietas del régimen caduco, dejando entrever los colores que llegaban del otro lado de los Pirineos. Las canciones de los Beatles, la minifalda de Mary Quant, el biquini de las suecas y los canticos a la paz de los hippies, despertaron a nuestros jóvenes de un profundo y triste sueño. Los pueblos de Castilla y Extremadura se despoblaron, en busca de un porvenir, hacia los arrabales de las grandes ciudades. El destino de los muchachos en los pueblos tenía dos direcciones, las tareas del campo o la mano de obra urbana. Cebolla tuvo la fortuna de contar en esos años con un maestro excepcional, D. Jesus Martin Gallinar, un humanista que enseñó a sus alumnos mucho más de los que contaban los libros de texto o el programa oficial del sistema educativo. Les enseñó a superar su destino, dándoles la oportunidad de conseguir una tercera alternativa para su porvenir, la Universidad. Gracias a él muchos de aquellos muchachos, sentenciados a las tareas del campo o al trabajo asalariado, llegaron a tener brillantes carreras y a destacar en su vida profesional. Les inculcó también los valores del deporte, el respeto a los rivales y a las reglas de juego. La calle era el escenario de todos los juegos y el punto de encuentro de los amigos. En la calle aprendimos a dar las primeras patadas a un balón, que no siempre era de reglamento. La plaza era nuestro campo de futbol, cuando tan sólo había tierra y los arboles nos servían de porterías. En aquel arenal reseco y polvoriento nos desollábamos la piel en las caídas, corriendo tras el balón como si nos fuera la vida en cada lance. Los rebaños de ovejas, con su rastro de bolillas negras y su peste a borra vieja, interrumpían continuamente el partido, junto con los carros de madera, las mulas cargadas y los primeros tractores, en sus idas y venidas de los campos y las huertas. Una tarde de viernes santo, del año 1966, tras volver de disputar un encuentro en Las Vegas de San Antonio, un puñado de muchachos, reunidos en casa de Carmina Agüero, decidieron dar un paso adelante, para encauzar esa afición balompédica mediante la formación de un Club Deportivo de Futbol que representara a nuestro pueblo. Fue una tarea titánica, emprendida con valentía, tesón, determinación y mucho esfuerzo, por ese grupo de alumnos voluntariosos de don Jesús. Entre los muchos miembros fundadores destacaremos a Luis Miguel Valencia, los hermanos Muro: Quique, Jose y Cesar (que sería uno de los generales más jóvenes de España, llegando a lo más alto del escalafón en la jerarquía militar); los hermanos Yuste: Felipe y Carlos: los hermanos Morales: Juan Manuel y Antonio; José Argudo, Emilio Pajarito, José Pirulo, Jesus Malta, Manolo Sanmamés, Emilio Fernandez Recio, Requena, Chucho, Patón y muchos otros, que formaron un excepcional grupo humano. La falta de medios materiales la suplieron con determinación, pidiendo la colaboración de los vecinos casa a casa. Los socios de la peña taurina del torero local Luis Miguel Ruiz, aportaron un dinero que tenían ahorrado, de manera altruista. Gracias a todas estas aportaciones se logró comprar los terrenos donde, con un trabajo colectivo, se llegaría a construir un auténtico campo de futbol. Entre todos eligieron el nombre: “Torpedo 66”, así como los colores de la camiseta, de franjas blancas y negras y el escudo que simbolizaría la pasión y el orgullo de todo un pueblo, volcado en este gran logro social y deportivo. Así arrancó esta aventura con estos valientes alumnos de don Jesus, quien sin duda estaría orgulloso de ver cómo sus enseñanzas cristalizaron en la formación de un gran club de futbol, que pasea por todos los campos de España la camiseta y el escudo que representan a nuestro pueblo. Muchas generaciones de esplendidos futbolistas han seguido el camino de estos pioneros, motivados por su ejemplo. Felicidades, pues, a nuestro gran Torpedo 66 por estos primeros cincuenta años, a los que seguirán muchos más, repletos de gloria, representando a Cebolla con deportividad y respeto a los rivales, valores inculcados por sus fundadores y su gran maestro.
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