Este sería el momento idóneo para pensar que España posee delante de sí una segunda oportunidad. Ocasión que se traduce en nuevas elecciones generales......
Héctor Cubelos | Viernes 17 de junio de 2016
Este sería el momento idóneo para pensar que España posee delante de sí una segunda oportunidad. Ocasión que se traduce en nuevas elecciones generales: el relevante 26-J. En cambio, su democracia se encuentra en entredicho por causas como las rápidamente cambiantes preferencias de voto de los ciudadanos, así como por un contexto de elevada complejidad política que deja entrever la difícil gestión de la diversidad parlamentaria y la fuerte presencia futuro de indecisiones, egos, desacuerdos y otras parálisis a nivel institucional. Y es que tras los meses transcurridos desde las elecciones generales del mes de diciembre, la creciente incertidumbre entre los votantes está justificada por la pésima proyección de nuestra democracia en el corto y medio plazo. Un modelo de gestión y convivencia donde no importan –ni lo han hecho en los últimos seis meses– las alianzas de gobierno, el voto de la mayoría, ni el bien público. Pero sí rígidos planteamientos, intereses particulares y retazos históricos de un manuscrito cargado de páginas en blanco e interpretaciones de autor. En definitiva, más y más líneas rojas y signos de parálisis ante las palabras coalición y oposición. De ahí esa peculiar jerga vuelta ya costumbre y derivada de la discusión pública desde meses atrás. Debates cargados de retórica con el fin de hacerse un hueco a toda costa en el mapa político, y diferenciarse respecto al, pésimamente conceptualizado en materia política, adversario. Un término que, finalmente en este modelo democrático, ha terminado por fomentar la deliberación de relevantes cuestiones públicas, dificultando así hablar de soluciones concretas y priorizadas para un país que requiere de estrategia, estabilidad y continuidad en la implementación de políticas de desarrollo. Por todo ello, una vez reconocidas las virtudes y carencias de los políticos que nos representan, quizá sea momento de reflexionar de nuevo nuestra preferencia de voto. Sabiendo incluso que la abstención supone un favor a algunos de los aspirantes. Esperando así que, de una manera u otra, la mayoría o poder de negociación respecto a la conformación de coalición, no recaiga sobre quienes desde diciembre han basado su estrategia en estériles, fotogénicas y esporádicas alianzas y encuentros. Dado que éstos difícilmente sean capaces de dar respuesta hoy a la imperante necesidad de rumbo en este país.
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