Crónicas Políticas
Me gustaría saber si el ingente esfuerzo que se ha hecho por parte de administraciones y particulares para promocionar la Semana Santa talaverana ha supuesto un aumento considerable, significativo o reseñable del turismo en nuestra ciudad.
Javier Rivas | Viernes 01 de abril de 2016
He visto algunas procesiones, que al margen de penitentes, cofrades y unos cuantos devotos con velas, no iba nadie más.
En las zonas de ocio no he visto que se haya incrementado el número de gente, más bien al contrario. Y aunque no tengo datos de la ocupación hotelera, mucho me temo que no hayamos llegado al 100% de ocupación, ni de lejos.
Talavera que era famosa, al menos entre los talaveranos, por no tener Rey, al ser de la Reina; ni Dios, al ser de la Virgen; ni Semana Santa, al tener Las Mondas, resulta que ahora hemos puesto un empeño enorme en fomentar una cosa sin tradición en la ciudad, haciendo una copia mala de lo que se hace en otros lugares –para variar– pero sin ninguna originalidad que haga interesante visitar Talavera.
No sé lo que este tipo de actos religiosos cuesta a los talaveranos, más allá del fastidio de tener durante una semana todo el casco medio cerrado, sin aparcamientos y privados de los fascinantes bolardos cuadrados de la Plaza del Reloj. Quiero creer que algún beneficio hay, pues de lo contrario sería difícil de explicar estos excesos en una ciudad con casi un 40% de paro. Y estoy seguro que en los próximos días nuestro alcalde se bajará de la bicicleta y nos dará detalles de gastos y beneficios de estos alardes iconólatras que con tanto vigor nos han entrado.
Y al tiempo que nos explica los beneficios de la Semana Santa repleta de procesiones, nos dará buena cuenta de las novedades y de los esfuerzos por mejorar, renovar e innovar en las milenarias fiestas de Las Mondas. Rodeado de mantenedores de las Mondas, clarines, pajes, maceros, pregoneros, leños floridos y hasta de carneros, nos dirá a voz en grito que somos fiesta de interés turístico nacional y que seremos patrimonio de la Unesco y después bien galáctico de primera magnitud y estrella rutilante del universo. Pero, eso sí, nada de cambiar el cortejo aburrido de bastones, las carrozas de rancio abolengo, el besamanos eterno de la Basílica y los floridos ripios de voceros y pregoneros. Si la caspa vendiera, seríamos inalcanzables en el ranking mundial.
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