Cuando por eso de la modernidad y el laicismo loco, la Semana Santa deje de llamarse así, el Dios que regresa a la tierra vestido de niño será un pretexto para innovar nuestra culinaria con un nuevo postre y aumentar los beneficios de los mercaderes del templo.
Como cuando el Galileo visitó el Templo de Jerusalén, cuyo patio es descrito como "lleno de ganado" y tablas de cambistas, que cambiaban las monedas griegas y romanas por monedas judías y tirias (las únicas que podían ser usadas en las ceremonias del Templo). Hoy, se hubiera avisado a la Guardia Civil para conseguir abordar el redil de lo profano y ayudar a los podemitas a cambiar los pasos religiosos por pasos laicos y colocar a la Virgen María apoyada en el quicio de una mancebía.
Aunque escondido tras las cañas duerma siempre aquel primer amor, ya se están clavando las cruces en el monte del olvido. Pronto desfilarán en las procesiones santas los niños y los mayores vestidos de Blancanieves, Pulgarcito, los Tres Cerditos, el perro Snoopy y su secretario Emilio, Simbad, Ali babá, Gullivert y hasta Milú, el perro de Tintín, irá en la procesión laica persiguiendo a los que por entonces sean los malos. ¡Será el hazmerreír! Lorca cantaba que el sueño va sobre el tiempo flotando como un velero y que nadie puede abrir semillas en el corazón del sueño.
Hecho un cristo, en mi Vado Permanente de hoy debiera recordar este proverbio árabe: “Cuatro cosas hay que nunca vuelven más: una bala disparada, una palabra hablada, un tiempo pasado y una ocasión desaprovechada”.