Héctor Cubelos | Miércoles 13 de enero de 2016
Ante las presiones de las últimas semanas, el presidente en funciones de la Generalitat de Cataluña presentó su renuncia, cuando casi ya sonaba la bocina de la candidatura a una nueva investidura.
El sentido común diría que, con esta salida, podríamos estar próximos al reenfoque de la estrategia independentistas hacia una perspectiva más lógica y con capacidad de escucha. Aunque ciertamente no es así. Y es que las políticas antisistema de donde nacen las presiones para el abandono de Artur Mas, abogan por desvirtuar la confianza depositada por los votantes en una guerra secesionista tan larga como irracional, que pretende pescar en río revuelto. Dado que, ante la incertidumbre política actual y el poderoso papel de fuerzas catalanas del cambio en la política de pacto para conformar el próximo gobierno a tomar investidura en nuestro país, sumado al fuerte rechazo autonómico y general a las prácticas políticas del bipartidismo, el movimiento independentista catalán avanza con paso firme y genera además una aceleración de los acontecimientos que permiten entrever un futuro incierto. Un horizonte que parece haber dejado a un lado el plan de desarrollo de una nueva España y una nueva Cataluña, suprimiendo todo este esfuerzo con continuos desafíos y diarios mensajes retadores, a menudo difíciles de comprender para quien ha hecho una buena lectura de la actual crisis política, social y económica en España y Europa.
Esperemos por tanto que al menos una vez definido el nuevo gobierno, y esperando que surja de un pacto coherente donde la mayoría parlamentaria suponga una realidad, la estrategia a asumir por el nuevo Gobierno Central no suponga de nuevo la no actuación. Pues ya hemos podido afirmar que este movimiento soberanista catalán no sólo está empeñado en hacer ruido, sino que también está en facultades suficientes de reforzar su idealizada posesión de legitimidad en un proceso de independencia. Lo cual pone en jaque la cohesión territorial nacional y autonómica de un país donde hoy se gestionan las crisis políticas a base de silencio y golpe en el Tribunal de Justicia. Y donde incluso la mismísima constitución ha sido cuestionada para dar respuesta al cambio de preferencias políticas y generar un nuevo modelo de convivencia el futuro próximo de este país.
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