Firma invitada

La Casta y la caspa

Carlos Leopoldo Álvarez | Miércoles 25 de noviembre de 2015
Nos debatimos entre dos opciones tan diferentes y contrapuestas como desalentadoras, para afrontar el reto de las urnas el 20D. Por un lado la casta que representó los valores en los que creímos un día.

Fueron los que encendieron la luz de la esperanza, tras cuarenta años de oscuridad y que hoy, cuarenta años después, vemos apoltronados en sus despachos, luciendo pelo blanco y piel broceada en yates de dorado jubileo, como grandes propietarios que se codean con las grandes fortunas y los poderes facticos. Son los que trajeron la luz y hoy, encorbatados y trajeados, habitan las sombras del desencanto o la sombra de las rejas, tras saquear con guante blanco las arcas del estado. Tesoreros que atesoran sus tesoros, trincando tantos por ciento y comisiones a incautos. Molt honorables envueltos en su bandera, mientras llenaban la faltriquera y las bolsas de basura con los billetes de sus votantes para depositarlos en bancos de países sin esteladas ni barretinas. La casta, con o sin corbata, que se instaló en el poder para tejer una red clientelar y perpetuarse a base de dar prebendas y favores. ERES fraudulentos para untar y contentar, cambiar euro por voto, igual que antaño negociaban los señoritos andaluces o los caciques. Casta son aquellos a los que encumbramos un día creyéndoles gurús de la economía, venerando su pedestal desde el que nos miraba sobre la cima del Banco Mundial, símbolo de un partido ejemplar al que vimos caer como el más vil de los chorizos, culpable del doble delito de habernos hurtado el dinero y la ilusión. Esta es la casta que se enfrenta a la caspa, representada por los descamisados descendientes del proletariado que se reveló contra el poder opresor para encabezar la lucha de clases. Esos viejos anarquistas que se oponían a cualquier poder y que rechazaban el estado y cualquier tipo de institución. Herederos de aquellos que soñaron la libertad como el único bien al que debe aspirar el hombre. Son los que hacen también del uniforme su seña de identidad y, por tanto, cuidan su imagen del mismo modo que lo hace la casta. Profesores universitarios que intentan llevar su utopía a la calle y hacer de la teoría un nuevo testamento con el que comulgan los desesperados y desahuciados de la crisis. Recetas que aplicaron gobernantes de países ricos en recursos naturales y que, tras adaptar y modificar la constitución para favorecer sus intereses y perpetuarse en el poder, tras eliminar a la molesta oposición y a los medios de comunicación hostiles, han destruido y arruinado sus países dando origen a las más perversas dictaduras, bajo el disfraz de democracias populares. En esto “podemos” caer. Casta o caspa, dos caras de una misma moneda que lanzaremos al aire para jugarnos el futuro en diciembre. ¿Hay más opciones? Puede que sí. Estudiemos la posibilidad de una tercera opción que viene fuerte reclamando un puesto entre los grandes y una oportunidad para demostrar que no es utópica la política limpia ni los políticos honestos.