OPINIÓN

28 de junio: ¿orgullo de qué?

Manuel del Rosal

David Martínez | Miércoles 23 de abril de 2014
‘El porcentaje de nuevos casos de VIH entre homosexuales menores de 25 años ha pasado del 8 al 12,4 por ciento’ (Tomás Hernández, responsable del Plan Nacional del Sida dijo eso el pasado día 21.)

Fue en junio de 1969 en un pequeño bar del Village neoyorquino llamado Stonewall donde nació lo que hoy se conoce como “Orgullo Gay”. Durante varios días los homosexuales, hombres y mujeres, hartos de la represión policial y de esconderse se enfrentaron a las fuerzas del orden y salieron a la luz desde la oscuridad. Lo hicieron para defender su diferencia, su identidad y su orientación sexual. Desde ese momento los homosexuales no volvieron a esconderse; abrieron las ventanas de su condición sexual para que el mundo empezara a aceptarlos y a respetarlos. Hoy, cada 28 de junio se celebra el día del “Orgullo Gay” en recuerdo de aquel día en el que los homosexuales, hombres y mujeres, salieron de la oscuridad a la luz enarbolando sus derechos y enarbolándolos con orgullo. Hasta aquí nada que objetar, cada uno es muy libre de orientar su sexualidad según sus inclinaciones siempre que respete la de los demás, no quiera imponerla como la mejor, ni haga ostentación de su condición y burla de la de los demás.

Han pasado cuarenta y dos años desde ese junio de 1969 en el que los homosexuales, legítimamente, iniciaron la lucha por su sexualidad y por el respeto hacia su identidad y su diferencia. Han pasado cuarenta y dos años y, como en tantas cosas que se inician para defender unos derechos, el movimiento Gay ha ido tomando una deriva en la que ha pasado del orgullo a la mascarada, fatuidad, la prepotencia, el desprecio hacia otros y el intento de imponer lo que antes a ellos no le era permitido. Los desfiles del día del “Orgullo Gay” han dejado de ser la festividad de una reivindicación, la celebración del logro de la libertad para dejar paso a la horterada, al mal gusto, a la falta de respeto a los demás, a la exhibición. Más que un desfile de conmemoración parece un escaparate donde se exponen cuerpos masculinos y femeninos, y todo presidido por una especie de barniz de superioridad sobre el resto de los mortales cuya inclinación sexual es mucho más modesta y clásica.

Hemos encabezado este artículo con las palabras del responsable del Plan Nacional del Sida. Veamos que dice el Ministerio de Sanidad en la presentación de su campaña contra el Sida hace unos días. Llama la atención a los homosexuales varones, avisa que de los 2.264 nuevos casos diagnosticados de infección por VIH, el 42% corresponde a hombres practicantes de sexo con hombres. ¿Orgullo de qué? Bien está sentir orgullo de lo que uno es, bien está reivindicar derechos, bien está conmemorar una fecha histórica; pero estaría mucho mejor si esa conmemoración se hiciera sin ofender, sin ostentación y, sobre todo, aprovecharla para avisar que la homosexualidad también implica riesgos, porque si no el orgullo se queda tan sólo en una mascarada, en una romería, en una fiesta, en una feria carente de sentido, de aquel sentido legítimo y reivindicativo que tuvo el Orgullo Gay en aquel pequeño bar del Village neoyorquino en el año 1969.


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