OPINIÓN

La isla y el iceberg

Víctor Borreguero

Irene González Moreno | Miércoles 23 de abril de 2014
Vivimos en una isla. Somos insulares. Uno, dos o mil millones de kilómetros ¡qué más dan! El hombre es una isla y en ella está varado aunque se sienta archipiélago y piense que es continente.

Mientras vivimos, isla o continente, somos lo que somos. Tan isla, que hasta contamos el tiempo a nuestra imagen y semejanza. No podemos vivir sin "calar" el "día", "marcar el día", sin “calendario”. Necesitamos marcar en un hueso el paso de los días, o con una vara en el suelo...

Hasta hace no muchos años, el comienzo del año estaba en el mes de marzo, así en honor a Marte, el dios de la guerra. Abril, el segundo mes, por aperire, en latín "abrir", que significa el renacimiento de la primavera. Luego mayo, en honor a Maia, la diosa de la primavera. Junio, en honor a Juno, la esposa de Júpiter. Ya con Julio César, el mes quinto, quinctilis, se cambió por julio en su honor y, un poco más tarde, en los años del emperador Augusto, el sextilis se cambió por agosto. Lo demás siguió a su aire: septiembre, noviembre y el último mes, el antiguo décimo, diciembre. Los meses de enero y febrero se añadieron pronto para no liar al personal con las nieves y los relámpagos. A febrero lo llamamos así en honor a Februa, y lo de enero por el dios Jano, el dios de las puertas, el que abre el año y en él que hoy aquí lo cuento.

Ser isla tiene la ventaja de que aunque no estés en el estadio te enteras de los resultados del partido, y al enterarte sufres menos. No estás en Túnez pero sabes que el presidente del Parlamento ha sido proclamado presidente interino porque Ben Ali anda de vacaciones forzosas de por vida. Por ser islas, olfateamos que Túnez está expectante ante el anuncio de un Gobierno de unidad nacional y nos olemos la tostada de que alguien se hará con las ganancias.

Desde la isla, sabemos que si Zapatero ha dicho que “en las Comunidades que no controlen el gasto el Gobierno actuará” es porque piensa perder el poder en todas ellas.

Desde el alféizar de la ventana de nuestra isla, venteamos que el hombre tiene prefijados, en el corazón o en sus mismísimas, los caminos por donde se mueve. Es un iceberg que por fuera se parece a una isla.

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