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RELATO

Myriam García Carromero transporta al lector a su infancia con un texto lleno de magia y Cervantes

Myriam García Carromero transporta al lector a su infancia con un texto lleno de magia y Cervantes
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Las Jornadas Cervantinas de la Casa de Castilla-La Mancha en Madrid rinden homenaje al legado literario de Cervantes

domingo 06 de abril de 2025, 12:00h

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En el marco de las Jornadas Cervantinas organizadas por la Casa de Castilla-La Mancha en Madrid, la ingeniera y escritora Myriam García Carromero ha compartido un emotivo texto titulado ‘Mi infancia son recuerdos…’, que conecta con las raíces de la literatura cervantina a través de su propia experiencia personal.

El relato comienza con una serie de evocaciones de la niñez, donde la escritora describe su infancia a través de imágenes y sensaciones vívidas, que oscilan entre lo real y lo imaginario.

En su narración, una niña corre con un vestido blanco, escondiendo un libro entre sus brazos mientras su hermano la persigue. La simbología del libro como un objeto preciado y protector, que se convierte en una espada frente a los “gigantes” que representan las adversidades, resalta la importancia de la lectura y la imaginación en su vida.

La autora emplea un estilo lírico y lleno de simbolismo para retratar momentos de su infancia, fusionando la realidad con elementos fantásticos, como la figura de un hermano curado de la enfermedad y transformado en un gigante contemporáneo. La magia y la fantasía se entrelazan con referencias a la obra de Cervantes, haciendo de este texto un homenaje personal al legado literario del autor.

Uno de los momentos más destacados del relato es el encuentro con una figura que remite al Quijote, en un escenario onírico donde la autora se enfrenta a la realidad de su vida a través de los ojos de su hermano y el simbolismo del libro como regalo. El relato culmina con una dedicatoria de “Alonso Quijano”, un guiño a la famosa figura cervantina que cierra el círculo entre el pasado y el presente de la autora.

RELATO ‘MI INFANCIA SON RECUERDOS…’

Mi infancia son recuerdos de un vestido blanco y unas piernas estilizadas corriendo cuesta arriba. Del vestido salen dos brazos y una mano me arrastra. Con otra, con la mía. oculto un libro que pego a mi pecho. Mi hermano persigue a la otra mano paloma que le indica el camino. Es la siamesa de mi ancla a tierra.

De repente, todas las herramientas de cinco dedos son garras de gigantes envueltas en sábanas blancas. Menos la mano-ala que sujeta mi libro. Ella es una espada. Me defiendo de esas garfas que se abren al viento envueltas en lino blanco con el poder de la palabra convertido en acero toledano. Los ecos de mi madre me sacan del sueño de nieblas de lino. Y sigo corriendo. Aprieto más mi precioso regalo.

Mi hermano se burla de mis sueños de espadas, rodelas y sacos de tripa que muestran sus entresijos obscenos, y entonces me ofrece su arma de madera. Corro detrás de los tacones de mi progenitora para pasar sumisa bajo la puerta del lienzo norte, la puerta de las Armas, por Bab al-Silah la conocen. Muestro mis respetos con mi libro como enseña. Es la primera vez que lo separo de mi pecho.

Y lo veo, sentado, en un poyete. Comiendo pan, cebolla y un chorizo seco. Sancho me invita con un gesto adusto. Niego con la cabeza mientras me mete un trozo de queso duro en la boca. Los clamores de mi madre me recuerdan el retraso. Recojo mi libro que ahora huele a despensa, y corro. Quizás vuelo.

Mis alas blancas me llevan hasta la puerta de los Siete Suelos. Me recibe el mago Frestón. Me quiere hacer ver lo que no es. Mi hermano es enorme. La enfermedad lo ha abandonado. Ya no usa bastón. Es libre, es un gigante, un titán contemporáneo, bueno, con cara de pillo. Me giña un ojo.

De nuevo la voz de mi madre nos avisa de la distancia, ahora me subo sobre la espalda de madera y sábanas de mi hermano, que corre con pasos cuadrados, mientras gotea huellas que soplan la tierra rojiza del palacio de fuego. En tres zancadas articuladas llegamos a la puerta de la justicia, Bab al-Sharía la llaman.

Mi madre conversa, relajada, con un quijote de pelo ralo, camisa grisácea de mangas ablusonadas y calzas roídas. Cuando los alcanzamos, le hace un guiño al personaje que me da la espalda. Huele a colonia de papá.

Mi hermano se agacha y me deja en el suelo, me besa con el hálito suave de la infancia que compartimos. Corro hacia el personaje, descabalgado, sin hierros que lo protejan. Se da la vuelta y me entrega un paquete. Es un libro de tapas de tela verde y oro.

Dentro hay un dibujo, un grabado con líneas de tinta de sangre negra que dibujan la cara de mi personaje. Lo miro y lo entiendo. Me invita a leer la dedicatoria: «Feliz cumpleaños, firmado Alonso Quijano». Mi hermano me regala su mirada mientras se sube sobre mi espalda para seguir jugando a ser gigantes.

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