Poco a poco las sociedades modernas, en su afán urbanizador, han ido ocupando espacios que eran de los ríos y de los arroyos, sus llanuras de inundación, sus riberas, incluso parte de sus cauces. Se han construido viviendas y zonas comunes, escuelas, hospitales, centros de salud, hoteles, etc. a su alrededor, demasiado cerca de su cauce ordinario, en un terreno que le pertenecía. Pero los cursos fluviales, grandes ríos o pequeños arroyos que llevan agua permanentemente o sólo temporalmente, o incluso sólo cuando llueve mucho, de vez en cuando reclaman su espacio. En la emergencia de cambio climático en la que nos encontramos, ese reclamo de su espacio parece que va a ser más a menudo y de manera más intensa, debido al cambio que están generando los episodios extremos de precipitaciones.
Los expertos en cambio climático nos dicen que hay que ir al origen del problema y disminuir la emisión de gases de efecto invernadero, pero, mientras tanto, tenemos que preparar el territorio para un mayor número de periodos extremos, mayores periodos de sequía y de lluvia, quizás más cortos, pero también más intensos.
¿Cómo podemos llevar a cabo esa adaptación? Las soluciones basadas en la naturaleza nos permiten preparar el terreno para estos episodios de lluvias extremas: son soluciones fundamentadas en intentar ralentizar la circulación del agua de lluvia a través de acciones que potencien su infiltración en el terreno, evitando así el daño que produce la escorrentía de grandes cantidades de agua en superficie.
Si la gota de lluvia cae sobre terreno con vegetación, es interceptada por esta, de forma que el agua que llega al suelo es más capaz de infiltrarse que si cae directamente sobre terreno yermo. El agua almacenada en el suelo permanece allí más tiempo, fluyendo más despacio que si se produce la escorrentía directamente. Si acaba emergiendo aguas abajo, con el tiempo, se debe procurar que lo haga en un valle con vegetación, que disminuirá su marcha minimizándose así su efecto destructivo.
Con este concepto como base, potenciar la capacidad de infiltración y retención natural del terreno para ralentizar el flujo de agua, se proponen diferentes acciones destinadas a mejorar esa capacidad de esponjamiento natural en terreno urbano, rural o en vías de comunicación. Implementadas de forma conjunta podrían ayudarnos a preparar el territorio.
En el ámbito urbano, se puede contribuir en buena medida a la reducción del riesgo de inundación haciendo las ciudades más permeables. La creación de más zonas verdes, la sustitución de pavimentos impermeables por otros capaces de drenar, el aprovechamiento del agua que recogen los tejados, patios particulares, etc., permiten reducir el agua que circula en superficie y en las redes de alcantarillado, contribuyendo así a la reducción de la posibilidad de inundaciones propias en este ámbito.
En estas zonas urbanas, resulta necesario posibilitar que los cursos fluviales recuperen su espacio fluvial, porque no es el río el que atraviesa el municipio, sino las viviendas y servicios comunes los que se encuentran ocupando su espacio, su llanura de inundación periódica o extraordinaria. Las canalizaciones dan una falsa sensación de seguridad, haciendo parecer que el agua que circula por un canal no se saldrá del mismo. Ante un volumen de lluvias extraordinario (como los ocurridos en las últimas DANA), estas infraestructuras pueden ser incapaces de encauzar las riadas, con lo que el agua desborda con mayor velocidad y capacidad destructiva. Bajo esta premisa, con el fin de proteger a la población, es más conveniente reubicar a la población residente en zonas inundables, así como escuelas o centros médicos y deportivos, en zonas más seguras. Desde el punto de vista económico, posiblemente sea también más rentable llevar a cabo esta reubicación una sola vez que llevar a cabo los arreglos muchas veces.
Pero, además, el agua que inunda las zonas urbanas, normalmente, proviene de la escorrentía generada en las zonas rurales adyacentes, de las cabeceras y partes altas de ríos y arroyos. La acción de las fuertes lluvias en zonas desprovistas de vegetación hace que se pierda suelo fértil y que el agua que es incapaz de ser retenida e infiltrada, arrastre ese suelo (aparece así ese barro que ocupa todo tras la inundación). Por ello, resulta imprescindible actuar aguas arriba de las poblaciones para evitar, por un lado, la pérdida de suelo en las tierras cultivadas y yermas y, por otro, que el agua llegue a las zonas urbanas en tanta cantidad y velocidad que sea capaz de generar desastres. Se propone recuperar las lindes con vegetación entre parcelas, lindes con suficiente vegetación que puedan actuar como pequeñas zonas de retención e infiltración de agua. La inclusión de pequeñas manchas de vegetación en las parcelas ayudaría a la infiltración natural de agua, reduciendo la escorrentía total. Igualmente, recuperar la vegetación ribereña autóctona en los cursos de agua genera un efecto positivo en la ralentización de la avenida y en su infiltración. También, se propone arar en dirección diferente a la de escorrentía, siguiendo las curvas de nivel, para que las propias marcas del arado puedan ralentizar la velocidad del agua. Se propone recuperar para la laminación de avenidas aquellas tierras que tradicionalmente eran inundadas, convirtiéndolas en humedales o zonas de laminación, auténticas esponjas naturales del terreno, donde se permita el desbordamiento, pero en este caso sobre tierras con vegetación y sin producir daño alguno. En esta línea, es fundamental la eliminación de motas y encauzamientos, que precisamente buscan evitar la inundabilidad de una parcela concreta, pero incrementan la cantidad y velocidad del agua aguas abajo, provocando más daño a los demás. Urge recuperar el trazado natural de ríos y arroyos, favoreciendo cursos sinuosos que ralentizan y favorecen la infiltración. Y, evidentemente, se debe renunciar a cultivar en zonas de alta pendiente, donde la erosión de un campo cultivado resulta difícil de contener: se deben recuperar los campos en pendiente y ser reconvertidos en bosques, matorrales o praderas naturales capaces de retener agua.
Por último, las infraestructuras de comunicación, caminos, carreteras, autovías y vías de tren, por un lado, funcionan en algunos casos como pequeñas presas, parando y almacenado en un lateral el agua que no es capaz de pasar por la canalización inferior, hecho que podría parecer positivo, pero que puede tener consecuencias muy dañinas en caso de desbordamiento superior, como puedo observase en las inundaciones del Polígono Industrial de Toledo del 3 de septiembre de 2023. Por otro lado, esos pasos de agua canalizados por debajo de ellas contribuyen a un incremento de la velocidad del agua a la salida de los mismos, favoreciendo la inundación de las zonas posteriores. Por su parte, el pavimento de las carreteras genera una escorrentía considerable, que ya es evacuada a los laterales, pero cuya distancia de evacuación podría disminuirse y que podría ser dirigida hacia zonas de inundabilidad controlada con vegetación, con el fin de no seguir contribuyendo a la escorrentía total.
En resumen, todas aquellas medidas que favorezcan la infiltración del agua en el terreno, contribuyendo a ralentizar el flujo del agua, reduciendo así la escorrentía superficial y la erosión del suelo, contribuirán a reducir la cantidad de agua que atraviesa los núcleos de población. Menos agua superficial a menor velocidad tendrá menor poder destructivo. Para conseguir este propósito, el conjunto de las medidas basadas en la naturaleza que aquí se plantean pueden ser efectivas para reducir los riesgos de inundación.