Como bien dicen Eloy y Alberto Martos en su trabajo Memorias y mitos del agua en la Península Ibérica, parece ser que las ninfas han desertado. No hay más que ver el desastre y la tragedia humana que estamos viviendo en estos días, para darse cuenta de esta evidente circunstancia. Las deidades protectoras del agua, adoradas y temidas a partes iguales por nuestros ancestros, han abandonado al ser humano a su suerte.
En todas las culturas existen una serie de mitos en relación con el agua y su poder. Estos mitos y leyendas que salpican el mapa español, nos advierten del mal carácter que presentan los moradores de otros mundos encargados de la custodia de ríos, manantiales y lagos, a quienes bajo ningún concepto conviene perturbar.
El conjunto de náyades, ninfas, moras o mouras, encantadas y lamias, se han ido de despedida de soltera para no volver, ofendidas por nuestra conducta irrespetuosa para con el agua, dejando tras su marcha el más absoluto caos y desconsuelo. Ya no podemos culpar de nuestra mala suerte a los caprichos de las nueve cabezas de la Hidra, porque Heracles la destruyó. Las traviesas Ondinas de la mitología germana, antaño asesinas de pescadores, no se responsabilizan de nuestros muertos. Las Moras y Encantadas de los pueblos, se quejan de que, en la última noche de San Juan, alguien les robó sus peines de oro y ya no pueden peinar sus largos cabellos, ni controlar el ánimo de los arroyos.
De Oriente a Occidente la voz de nuestros antepasados nos advierte del poder del agua. La filosofía taoísta nos enseña cómo el agua desgasta la roca que es rígida y no puede ceder. Y eso es lo que nos está pasando, el agua nos enseña lo que nuestra dura mollera no es capaz de aprender. En Talavera de la Reina, ciudad históricamente inundada, se cernía una amenaza continua que hacía que sus habitantes observaran con respeto las aguas del río Tajo. En la calle Cabeza del Moro hay una piedra, una escultura de un verraco, que servía para presagiar las consecuencias del desbordamiento del río: “Talavera, si ves hasta aquí el agua llegar, échate a temblar”. El problema es que ya nadie se asusta, al contrario, parece ser que hemos adoptado la equivocada idea de a río revuelto, ganancia de pescadores.
La leyenda Ojos Verdes de Gustavo Adolfo Bécquer vaticina el fatal final de los que, como su protagonista Fernando, se atreven a coquetear con la dama blanca de la Fuente de los Álamos, traspasando los límites que nunca deberían haberse cruzado, invadiendo sus espacios. Nuestra literatura y nuestra tradición oral están llenas de advertencias a cerca de la arrogancia de aquellos que no escucharon las voces de los sabios ancianos sobre los inconvenientes de despertar los rumores del agua. Además, ahora la situación es mucho peor. Ya no creemos en los espíritus celtas, por tanto, sólo podemos reflexionar sobre nuestros errores y responsabilizarnos de lo que está pasando, para ver si así las aguas vuelven a su cauce, y las Vírgenes protectoras de los manantiales nos perdonan y atienden nuestras súplicas, donde los servicios de emergencias no pueden llegar. Ya no nos queda Agua Bendita ni para santiguarnos. Es el momento de acudir a los expertos y científicos, para devolver al agua el lugar que merece en nuestra cultura, en nuestra arquitectura, en nuestros paisajes. Las ninfas han desertado, ahora le toca al ser humano decidir sobre su suerte, y esperar que la sociedad “no beba agua que no vea, ni firme escritura que no lea”.
Fotografías realizadas por Jesús Madroñero Galindo.