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1 DE NOVIEMBRE

El muerto al hoyo y el vivo al boyo. La asociación simbólica entre el alimento y la muerte

El muerto al hoyo y el vivo al boyo. La asociación simbólica entre el alimento y la muerte
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“La compasión para con los difuntos es uno de los primeros sentimientos del corazón humano. No pudo semejante afecto tener cabida en el jardín del Edén, donde la muerte no tenía entrada; mas no bien nuestros primeros padres fueron arrojados a esta tierra miserable, hubieron de llorar al muerto Abel; y aquella fuente de llanto que por primera vez se abrió sobre la desventurada humanidad, no se volvió a cerrar”. (D. Francisco Vitali, Arcipreste de Fermo, 1931)

Por LVDT
viernes 01 de noviembre de 2024, 10:00h

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La historia de la humanidad a través de las manifestaciones culturales de las diferentes civilizaciones, nos da continuas muestras de la compasión que sentimos hacia nuestros muertos. Dicen algunos antropólogos que el ser humano tomó una conciencia más profunda de la muerte a partir del Neolítico. La observación de las plantas trajo consigo la aparición de la agricultura y también, los primeros enterramientos. La planta nace, da fruto, se convierte en alimento y muere. De igual modo, por comparación, el ser humano muere y tras ser devuelto a la madre tierra, a través del entierro o la incineración, alcanza otra forma de existencia, la vida trascendental.

Sin querer, en esta explicación de la existencia, de la vida y de la muerte, se nos metió entre medias, el tema de la comida, por aquello de que el grano de cereal servía de alimento, sin embargo, parte de este grano había de ser enterrado para perpetuar la cosecha. El dicho “el muerto al hoyo y el vivo al bollo” refleja a la perfección esta asociación tan ancestral y sutil que existe entre la comida y los difuntos, cuya máxima expresión se alcanza, por ejemplo, en la preparación de mesas de difuntos en la cultura mexicana. Parece que la muerte y la alimentación son situaciones incompatibles, pero el amor que sentimos por los que ya no están con nosotros, nos hace desear para ellos el mejor lugar en el banquete celestial. En la tradición católica se describe a Jesucristo como el Pan de Vida, de tal forma que el que coma de su carne y beba de su sangre no morirá. Más allá del mensaje religioso de estas palabras, está claro que el que come y bebe, no está muerto, pero el que no lo hace, sí lo está. Esta reflexión es muy básica, pero está presente en muchos actos de la vida cotidiana de los que no somos conscientes.

Comer es la forma más popular y genuina de celebración de la vida. La imposibilidad de comer es algo que caracteriza a los muertos, y por contraposición, la acción de alimentarse es propia de los que están vivos. Existen alusiones en la Biblia sobre la costumbre que practicaban los hebreos de dejar alimentos en las sepulturas. También se hace mención en algunos documentos de la Iglesia en la Edad Media, a la prohibición que muchos párrocos imponían a los feligreses, de comer en el interior de las parroquias, sobre las lápidas de los muertos, que entonces se encontraban dentro de los templos.

Cuando una persona pierde a un ser querido, uno de los primeros síntomas que manifiestan su tristeza es la pérdida del apetito. Tal vez porque una parte de nosotros muere también con el fallecido, el estómago detiene la función de digerir. Sin embargo, en España es frecuente comer y beber durante los velatorios que transcurren en el domicilio del difunto. Muchas veces cuando acompañamos a los familiares del muerto durante las tristes horas del velatorio, nos preocupamos porque coman algo, en un intento desesperado por aliviar su sufrimiento. Antiguamente, cuando un reo era condenado a pena de muerte, se le permitía una última comida algo más suculenta. En el acto de comer, tratamos de afrontar la cercanía de la muerte y el miedo que nos produce. En el acto de ofrecer alimentos al que va a morir, ejercemos una forma de piedad. En la Semana Santa celebramos la muerte y la Resurrección de Jesucristo, pero todo empieza con una Ultima Cena.

Existe una gastronomía propia del Día de Difuntos. En Talavera y su comarca, es muy frecuente el Calbote, asar castañas en el campo y compartirlas con los familiares y amigos. Esta tradición que procede de ritos prerromanos simboliza la despedida del otoño aprovechando los últimos frutos de la madre tierra, antes de la llegada del duro invierno. En el ciclo de la naturaleza, encontramos paralelismos con el ciclo de la vida. Otros alimentos típicos de esta festividad son los buñuelos, los “huesos de santo” y los famosos “duelos y quebrantos” inmortalizados en El Quijote. En otros países latinoamericanos existen recetas que hacen alusión a esta asociación entre la muerte y el alimento, como el caldo “levanta muertos” de México que todo lo cura.

En este tránsito por la vida, cada ser humano y cada cultura gestiona las ausencias de los seres queridos de la mejor forma posible. En España comemos, y en el acto de alimentarnos en compañía de los nuestros, nos reafirmamos en la vida, sin olvidar la memoria de nuestros muertos. Comimos del Arbol del Bien y del Mal, y con este mordisco a la manzana prohibida invocamos a la mortalidad. En cada acto de alimentación reafirmamos nuestra humanidad y nuestra frágil condición en este mundo, tan alejados del Edén, intentando huir de la siempre eterna paz de la muerte.

Escrito por Ana María Castillo Pinero

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