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Yo sí disfruto lo votado

Yo sí disfruto lo votado

Escrito por Moisés de las Heras, colaborador de La Voz del Tajo

viernes 28 de junio de 2024, 16:00h

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Yo sí disfruto lo votado. No soy militante ni adepto de ningún partido, pero desde hace mucho tiempo las elecciones no me decepcionan. Puedo decir, con todas las de la ley, que disfruto lo votado. Pero bien.

Les desvelaré el misterio de mi enorme satisfacción. Porque, aunque en un artículo anterior les comenté que yo no votaba casi nunca, esa fue mi opción b durante mucho tiempo. Ahora acudo a la urna sonriente, como un buen ciudadano, a depositar mi granito de arena en ese enorme vertedero de los millones de votos, para que luego lleguen unos operarios y a base de pala y escoba retiren el mío, mi voto, que es el que sobra, y cambien todo a su gusto y manera. Porque luego viene la Ley d`hondt y no valen todos los votos por igual. No.

Como bien decía cierto político, cosa que no es ningún descubrimiento, el 1 % de la población española está representado por muchos más diputados que el 90 %. Si naces en Cataluña y votas allí, tu pequeño voto se agiganta, crece, aumenta, se intensifica y es más decisivo que si votas en Extremadura. Entonces tu voto se empequeñece, se reduce, mengua, se liliputiza, se adelgaza, se hace pequeñito, diminuto, menos que el granito de arena de un desierto. Mientras, en Cataluña, un voto es como una piedra gorda, muy parecida a una cagada.

Porque ahí están los obreros de la Ley d`hondt. Si tu región o tu provincia está poco habitada, o si votas a un minoritario, se resta, se quita, se ajusta, se recuenta. Retiran los votos que no computan y tu voto no se considera. No computa. (¡Su computa madre!) No computan mi voto, ¡lo tiran a la basura! Se tira mi voto. Y resulta espantoso, si no ridículo, patético y, desde luego, pintoresco que me hayan convocado para votar, que me hayan estado politizando, quebrando el mocho y polarizando hacia la izquierda o hacia la derecha, como si fuera un borracho, como si no pudiera caminar recto por mí mismo, para que al final mi voto no valga una mierda. No sume, no cuente. Como si no hubiera votado. No se agrega ni a la mayoría que gana, ni a la minoría que pierde. No sirve para nada. No acrecienta con otros votos ni permite que, con mi sueldo, salga un diputado de mi agrado. No computa. Es una putada, pero no computa.

Es la Ley d`hondt.

Con lo fácil que sería que, con independencia del volumen de población, todos los votos valieran lo mismo y esto se convirtiera en una verdadera democracia de una “computa vez”. ¿Por qué el voto catalán o el vasco vale más que el mío? Pero no. Hay votos que no cuentan. Los de Castilla-La Mancha valen menos, que lo va usted a hacer. Es lo que hay.

Pero no sólo es ese el único problema. El problema… ¡verán ustedes que les cuente!

El caso es que yo deseaba votar “una cosa” y no sabía cómo hacerlo. Porque, ante el intento de polarización que se urde desde el parlamento, a mí me daba pereza. Me daba pereza polarizarme. Ni hacia la izquierda ni hacia la derecha. No soy un borracho. Pero los políticos se empeñan en empujarme hacia la izquierda, para que me caiga, o hacia la derecha para que me estrompique y yo, que estoy mu vago, deseo… votar “otra cosa”. Votar “una cosa mu concreta” que no lo tiene el PSOE, ni el PP, ni ninguno.

Yo lo que quiero es… votar contra los políticos, Eso. Decirles con mi voto que ya está bien. Que no voy a votar contra la ultraderecha porque no me vaga, porque no me quiero enfrentar con mi vecino, ni tampoco contra la Ultra izquierda porque me da la pájara. No quiero discutir con mi compañero de trabajo. El voto es secreto, pero miren, les diré una cosa: ¿Creían me tenían bien amarrado con esta leche de la polarización? Pues ajo y agua, señores, se odian ustedes.

Porque yo no odio. Yo admito a todo el que venga con buenas formas, sea de izquierdas, de derechas o mediopensionista y esté dispuesto a hablar. Pero no hablar de quién es tu preferido para que gobierne, que si Pedro que si Alberto, sino hablar de economía, de cultura, de inmigración o de cerveza. O del verano. O de los polos de menta. O del Air Fryer. O de cualquier otra cosa substanciosa. Pero que esté dispuesto a escuchar. Tanto si es de izquierdas como si es de derechas o... Que escuche y responda a lo que el otro dice. Y que ninguno sea ultra de nada. Ese sería mi voto.

Pero sí. Me hallaba amarrado de pies y manos porque ninguna opción me satisfacía. Hasta que, por fin, he dado con el huevo. He dado con la purga de Benito, con el ojo de la aguja, con el medallón de Auryn, con la varita mágica de Harry Potter, (¡Wingardium leviosaaa!). He dado con la clave. Ya sé a quién votar. Ayer en las Europeas y mañana en lo que venga. Ya sé quién me garantiza que no voy a acabar decepcionado una vez empiecen a gobernar, ya sea en Europa, en España, en mi región, en mi pueblo, en mi comunidad de vecinos, en mi casa o en mi mundo de fantasía in a Small Word de la casa Mickey Mouse. No me decepcionarán. Unidos en el voto, no me decepcionarán. Porque tengo el bálsamo de fierabrás, la poción, la panacea universal.

Es lo que hice el domingo aquel de las elecciones europeas. Lo hice en las nacionales, en las regionales y en las locales. Y no voté en las catalanas y en las vascas porque no me dejaron, que si no… Y es que, desde que encontré la fórmula, esto de votar, de la manera en que yo lo hago, ya es un vicio incontrolable que me da muchas alegrías y deseo fervientemente, como si se tratara del día de Reyes, que llegue pronto otra convocatoria para depositar el sobrecito de marras en la urna.

Se estarán preguntando ustedes qué narices voto, por qué le doy tantas vueltas y no revelo de una puñetera vez el secreto. Pues se lo voy a contar, hombre, que hoy estoy de rebajas y tiro la casa por la ventana.

Verán ustedes: El año pasado por estas fechas, hacia el mes de julio, tuve la oportunidad de practicar el ejercicio de tríceps y cuádriceps consistente en elevar el brazo con la papeleta sobre la urna y clavarla, como si de un rejón de muerte se tratara. En aquella ocasión metí papeleta. Sí, la metí. Y la papeleta era de un partido en concreto. Podemos. Pero cuidado, junto con la papeleta de Podemos iba la de Vox. Las dos juntitas. Voté por Podemos y por Vox en el mismo sobre, al mismo tiempo. O sea, que voté nulo. Porque quería que allí, dentro del sobre, se pelearan y me dejaran a mí en paz. Reconozco que me resultó difícil meter las dos papeletas del Senado en el sobrecito sepia, que son grandes del copón. El bulto era significativo y los integrantes de la mesa se quedaron a cuadros. Pero aun así no me arredré y di la puntilla también en el Senado. Voto nulo y que les den por culo.

Porque sí. Mirando las posibilidades que tiene un votante para manifestarse en contra de la podrida casta política que tenemos, me he informado, hace ya bastante tiempo, y el voto nulo es el más adecuado. Computa. Ese sí que computa, leches. Es una putada para ellos y computa contra todos los partidos y no a favor de uno, o del ganador.

No me pregunten cómo ni por qué, porque me informé hace tiempo y ya se me ha olvidado, como se olvida uno de las instrucciones del lavavajillas, pese a que lo usa todos los días. Al parecer, el voto en blanco o no ir a votar vale menos que el voto nulo. Votar nulo es un acto de rebeldía, (lo más cercano a la rebeldía que uno puede permitirse).

Miren, señores diputados. Estoy en contra de absolutamente todos ustedes. Porque ustedes discuten de espaldas al pueblo como se daba misa los años 40, en latín. Gobiernan o desgobiernan a base de zascas. Zasca por aquí, zasca por allá. Zasca, zasca y zasca, es lo único que se desprende de la política actual. Mala hostia, mal fario, una democracia vergonzosa llena de odio y de rencor. Una política de baja calidad. Fango por un lado, pero también por el otro. Fango en la izquierda y fango en la derecha. Fango provocado y fango obligado para contestar con más fango. Es una palabra que ha puesto de moda Pedro Sánchez pero que todo el mundo entiende como proveniente de ambos lados. Una pelea de barro de viejas feas en bikini que se quieren sacar los ojos, y una pandilla de energúmenos que jalea a unos y a otros desde las gradas y que arman la marimorena enfrentándose, en un estadio vacío de ideas y lleno de inquina. ¿Eso es lo que me ofrecen? ¿Eso se lo que tengo que votar? ¿Es lo que me proponen para decidir? Pues que os den por saco. Voto nulo y que os den por culo. ¿Pensar en vosotros? ¿Polarizarme para que, a la postre, mi voto vaya a la basura por la ley Ley d`hondt?

¿Qué mi opción es un acto de irresponsabilidad? ¿Y cuál es ese acto tan “responsable”? ¿Votar a estos irresponsables?

Comprenderán la enorme satisfacción que sentí al salir del colegio electoral y encontrarme con mi vecino, de ideología contraria a la mía, que es ninguna. Nos saludamos amablemente y nos despedimos con cordialidad. Voto nulo y que os den por culo. Y en las próximas elecciones, ¿a más fango? ¡Más votos nulos! Es lo que hay, señores. Lo que les recomiendo encarecidamente.

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