Recuerdo de niño los espectaculares y ruidosos carruseles de vencejos comunes girando como locos por el casco antiguo. O el juego que nos traíamos lanzando las prendas al aire para intentar derribar alguno de los muchísimos murciélagos de las noches estivales por cada plazuela de Talavera.
Toda ciudad que quiera presumir de hermosura debe exhibir un patrimonio monumental suficientemente atractivo. Pero esta característica se revaloriza cuando en sus dominios consigue sumar otro patrimonio incuestionable, el natural. Si ambos maridan en armonía, la belleza, el bienestar humano y el esplendor se multiplican. Una suerte que tenemos y que no disfrutan tantas ciudades.
Talaveranos y talaveranas pasamos del lugar de esparcimiento y baño en los Arenales del Tajo a la cloaca en que se convirtió pocos años después. Y cómo una acertada recuperación del dominio público hidráulico, que se efectuó seguidamente, ha permitido restaurar un ecosistema fluvial que va incrementando su funcionalidad ecológica y biodiversidad con los años.
Las ciudades representan un espacio antinatural donde en tantos momentos históricos la humanidad ha sufrido de hacinamiento, insalubridad, pandemias, contaminación, hambrunas, plagas y un largo etc. Hechos amplificados en el siglo XX con los motores de combustión, los humos, las fábricas, el urbanismo de cemento y asfalto, y concentraciones en millones de personas. Lo que repercutía en nuestro bienestar y calidad de vida.
Afortunadamente, ya no queda duda del vínculo que existe entre la salud de la población y el medio ambiente que nos rodea. El reto de este siglo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), es convertir las ciudades en espacios saludables. O, en el mismo sentido, el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 11 (ODS 11) dice: “lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles.” Por lo que no podemos permitirnos el coste de la inacción. La defensa del medio natural en el entorno urbano es una herramienta clave. En un mundo cada vez más urbanizado se torna imprescindible devolver la naturaleza a los núcleos urbanos. Y la renaturalización urbana es una tendencia que está transformando la planificación urbanística y que consiste en integrar en los Planes de Gestión y Ordenación Urbana (PGOU) el diseño de medidas de adaptación al cambio climático y a la pérdida de biodiversidad usando soluciones basadas en la naturaleza.
Con esta intención, se han creado normas, leyes, planes y figuras de conservación en distintos niveles legislativos de la Unión Europea, nacional y autonómica que han fomentado iniciativas ejemplares de las administraciones locales en materia de Infraestructura Verde, la biodiversidad, la gestión racional del territorio urbano y la sostenibilidad. Así, podemos destacar los proyectos aplicados con éxito de los Ayuntamientos de Vitoria-Gasteiz, Zaragoza, Madrid, Santander y la Diputación de Barcelona; como la única región europea, Extremadura, con la figura de Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) en casco urbano para el cernícalo primilla en distintos municipios, como Plasencia, Cáceres o Trujillo.
Desde la creación de las primeras ciudades, muchas especies se adaptaron a convivir en este nuevo hábitat, ofreciéndoles alimentación, seguridad ante predadores y sustrato de nidificación o crianza. Muchas especies se hicieron comensales y parásitas, ocasionando graves problemas de salud y cohabitación, como ratas, ratones, pulgas, chinches, mosquitos y cucarachas. Pero otras muchas fueron aceptadas y se las permitió asentarse e, incluso, beneficiarse de la protección por simbología religiosa, como cigüeñas blancas y golondrinas comunes.
Así, las ciudades se convirtieron en un ecosistema nuevo en el que muchas especies iniciaron un proceso adaptativo relativamente reciente en términos evolutivos, pero que ya tiene un recorrido de al menos 5000 años. Especies rupícolas o forestales cambiaron sus roquedos o altos árboles por los elevados edificios eclesiásticos, los mechinales, las grietas de muro o los aleros de edificios ciudadanos. Así, dimos oportunidad a las cigüeñas, vencejos, golondrinas, aviones, estorninos, cernícalos, lechuzas y murciélagos. A cambio, ellas nos corresponden con el control de millones de insectos molestos o roedores que afectan a nuestras cosechas, aportándonos un servicio ecosistémico de suma importancia que repercute en nuestro bienestar.
Por tanto, es una irresponsabilidad arrancar los nidos de avión común de los aleros de los edificios que miran al rio, como se ha hecho recientemente. O eliminar los nidos de cigüeñas y tapar las oquedades y mechinales de los edificios monumentales en su restauración arquitectónica. Algo que es, además, constitutivo de delito, porque estas especies están protegidas por ley. Además de provocar un doble perjuicio. Por un lado, se atenta contra la biodiversidad. Por otro, las campañas de fumigación ocasionan un coste económico del dinero público, sin obviar el impacto ambiental que esta contaminación desencadena en el medio afectando a otros servicios ecosistémicos de los que también nos beneficiamos. Un coste añadido, cuando estas especies nos hacen este servicio gratuitamente.
Entender que tener nidos en la cornisa y los aleros de edificios, en los mechinales o incluso instalando nidales artificiales, aunque nos causen un pequeño perjuicio de suciedad por sus excrementos, no sólo es una manifestación de conciencia ecológica. También nos pone en valor la riqueza y fortaleza de disfrutar de dos patrimonios fundidos. Cualquier ayuntamiento debería tener las suficientes miras para saber sacar provecho de esta oportunidad y defenderla en favor de la ciudad y los talaveranos y talaveranas, por las posibilidades recreativas, emocionales, educativas y culturales para el bienestar humano, y como motor económico, porque atraería un turismo de naturaleza.
Resumiendo, Talavera tiene el privilegio de combinar un patrimonio monumental magnífico con un entorno natural de primer orden por la confluencia del Tajo, del Parque de los Sifones, del Alberche y las barrancas del Cerro Negro. Una oportunidad que inteligentemente planificada y gestionada, podría otorgar a la ciudad de figuras de protección y galardones internacionales que mejoraría los valores estéticos e identitarios de una ciudad cada vez más bella y habitable. Todo depende de nosotros.
ACTUACIONES QUE SE RECOMIENDAN:
- Respetar y fomentar los nidos que las aves han instalado en las cornisas y aleros de los edificios vecinales dispuestos a lo largo de las orillas del Tajo.
- Abrir huecos y mechinales en los edificios monumentales, siempre que no produzcan desperfectos estructurales. O incluso ver la instalación de nidales artificiales integrados en el edificio sin perjuicio a su estética y conservación. Incluso para murciélagos.
- Desarrollar un programa de reintroducción del cernícalo primilla en los edificios monumentales de la ciudad, con nidos artificiales estratégicamente distribuidos.
- Fomentar la nidificación de las cigüeñas blancas instalando nidos artificiales estratégicamente situados y que no afecten a las estructuras de los edificios monumentales.
- Fomentar la nidificación de otras especies en el rio, con postes y nidales artificiales, como para águila pescadora.
- Desarrollar un estudio de diversidad de especies y otros valores ecológicos en el río Tajo y dentro de la ciudad para cumplir los requisitos suficientes para la declaración de un espacio natural protegido periurbano.