El etiquetismo de la beligerante sociedad que nos toca sufrir en estas primeras décadas del siglo veintiuno siempre tiene nombre despectivo para todo… y la Constitución Española que nos rige desde 1978 no iba a ser una excepción.
Si el texto que salió de las Cortes de Cádiz en 1812 recibió el bautizo popular de “La Pepa”, a la Carta Magna que nos dimos tras la dictadura franquista aún nadie ha osado ponerle nombre. Eso sí, los acontecimientos desencadenados de unos meses a esta parte auguran malos tiempos para la Ley de Leyes española.
Hace 364 días me atreví a decirles que muchos la estaban ‘manoseando’, la ‘ensuciaban’ y eso que aún no había entrado de lleno en la ecuación el fugado de Waterloo. Hace un año pensaba que la clase política había ido a peor desde el 78 y a fe que lo reafirmo. Hace un año, me daba miedo pensar en la “prostitución” a la que algunos querían someter a la Constitución Española para gozar de su antojo particular en lugar de la armonía general que obtenemos de sus páginas.
Hoy, que nuestra Constitución cumple 45 años, los machistas más malvados pensarán que es una ‘vil mujer de media vida’ y otros defenderemos que madura como el buen vino.
El problema está en las inteligentes palabras que escuché al muy nombrado Arturo Pérez-Reverte días atrás en un programa de televisión sobre la sociedad actual: “para hacer un ciudadano honorable y educado hacen falta muchos años de educación. Para hacer un fanático bastan cinco minutos de redes sociales”.
Pues señoras y señores, me quedo con que nuestra Constitución es honorable y educada y a muchos fanáticos se les llena la bocaza con su nombre a golpe de tuit.