“Conferir [a alguien] una dignidad o un poder y revestir(se) de una determinada cualidad o carácter”. Eso es lo que dice la Real Academia Española de la Lengua para definir el término del acto que presenciaremos este miércoles y jueves en el Congreso de los Diputados de España: INVESTIDURA.
La investidura del que puede ser, de nuevo, presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Un candidato al que parece ser que todo el mundo odia profusamente pero que, y ahí está el dato, ha ido obteniendo mejor resultado cada vez que se ha presentado a las elecciones.
Un señor, recordemos, que fue secretario general del PSOE desde 2014; dimitió de ese cargo, y hasta de diputado, en 2016; volvió a la secretaría general en 2017 y en junio del 18 fue elegido presidente del Gobierno con tan sólo 85 diputados socialistas en el Congreso. En 2019 ganó dos veces las elecciones –en abril y noviembre (hace justo 5 años)– y terminó gobernando de nuevo en España hasta el pasado 23 de julio. En estas últimas elecciones, recuerden, consiguió dos diputados más de los que tenía.
Así las cosas, Sánchez ha ido cambiando de ‘amistades’ para poder mantenerse en el poder pasando de Podemos a Sumar hasta llegar al pulpo catalán: ese animal de compañía que puede ahogarte con cualquiera de sus ocho tentáculos y que Sánchez ahora prefiere tener cerca por temor o por necesidad.
Ese pulpo que le ha pedido tragar con ruedas de molino la “derogación retroactiva de la consideración de un acto como delito, que conlleva la anulación de la correspondiente pena” que es nada menos que el significado de la palabra amnistía. Un término que ha soliviantado enormemente a miles de personas en este país llamado España, incluidas asociaciones de jueces, de fiscales, colegios profesionales, funcionarios, patronales, diplomáticos o partidos políticos que se dan codazos para ver quién da el primer paso y denuncia… (hasta ahora, no) mientras muchas gentes enardecidas salen a la calle cada noche de este inusualmente cálido noviembre.
Vamos, que esta semana se vota la investidura –y solo la investidura– de un presidente odiado que, curiosamente, cada vez tiene más votos. Después de eso, veremos de lo que es capaz Pedro Sánchez. A la manida amnistía le queda más cocción que a un pulpo de cinco kilos y a los que quieren romper España por la vía de la secesión o por la segregación ideológica, olvídense de las películas.
Aunque ciertos elementos anhelen los fantasmas guerracivilistas y otros deseen su particular Matrix, esta España en nada se parece a la del 36 ni a los Balcanes, afortunadamente.