Aquí, en La Voz del Tajo, vivimos con excelencia e intensidad todo lo que concierne a nuestra gente, nuestra ciudad, comarca, provincia y región. No disimulamos poniendo paños calientes jamás a lo nuestro por mucho que lo amemos, aunque desde algunos sectores se nos tache de tremenditas u otros epítetos interesados en desprestigiar nuestra labor informativa. No nos preocupa mucho, como tampoco nos miramos el ombligo. De ahí que queramos reflejar una cita mediática que, como poco, nos ha llamdo la atención. Se trata de la crónica que el prestigioso crítico taurino don Fernando Fernández Román reflejaba anoche en su medio república.com. Aquí se la dejamos íntegra para que ustedes la analicen. Nosotros la completamos con unas décimas urgentes que nos ha remitido nuestro Ciego del Berrenchín.
"Dejemos clara una cuestión: la salida en hombros por la Puerta Grande de Madrid debe ser el colofón de una actuación excepcional, un premio extraordinario añadido a los obtenidos en el ruedo, a petición mayoritaria del público. No hay más que añadir. Nada que objetar si tal hecho llegara a producirse. En Madrid hay establecido un criterio numérico: dos orejas, con independencia de si se obtienen de una tacada en un solo toro o se reparten en dos, una de cada. Por tanto, los toreros que logran un trofeo en su primer toro harán un esfuerzo tremendo para obtener otro en el siguiente, y ¡zas!, se le abre automáticamente la Puerta Grande, aunque a la salida de la Plaza la gente presente en la corrida apenas recuerde lo que ha sucedido minutos antes. Craso error que minusvalora tan grande honor: el de salir a la calle de Alcalá en hombros de una multitud enfervorizada.
Ayer, ese honor le cupo a un torero emergente, nacido en Talavera de la Reina cuando el siglo pasado daba las boqueadas. Se llama Tomás Rufo, y tiene encandilada a la afición, no solo de su comarca geográfica, sino de toda la España taurina. Es la gran novedad de este año 22, y puede que sea el primer nombre propio que marque el inevitable relevo generacional en el escalafón de matadores de toros. Va para figura. Será figura, a nada que la suerte le acompañe; pero su triunfo de ayer en Madrid tuvo demasiados matices para considerar lógica y justa su salida por la Puerta Grande de Las Ventas. Y mira que me cuesta enfriar el júbilo de un recién nacido al arte del toreo. Es verdad que cortó dos orejas porque el público las pidió y el presidente las concedió, pero, insisto, a la salida, el escepticismo hizo que el runrún de la lógica apoteosis sonara de otra forma, más académico, menos apasionado que en similares circunstancias. En definitiva, la apoteosis no era tal, o al menos, no era total.
Había algo de maquillaje en esta convulsión menos espontánea, menos voceada y menos proclamada que otras veces; por eso creo que el toreo debe valorarla en su justa medida, en función de su obra. No es bueno para él que la gente salga diciendo “no era de Puerta Grande”. Las Puertas Grandes son grandes porque requieren la grandeza de una obra magistral, no la contaduría de oreja de más o de menos. Dicho lo cual, habrá que reconocer el desparpajo, el valor y la ambición de un muchacho que cumplirá dentro de unos días 23 años y ya se codea con los grandes maestros, incluso les gana la partida sin pestañear. No si será feliz la comparación, pero creo que Rufo es al toreo lo que Alcaraz al tenis: una estrella rutilante, una revelación que deslumbra. Ayer, se medía con dos maestros consumados, El Juli y Alejandro Talavante, y un tercer escollo: el público de Madrid, que no se casa con nadie. Por tal motivo, hubo de echar mano de su talento natural y de una sangre fría que impresiona.
El toro de la ceremonia de confirmación salió al ruedo como si estuviera amodorrado, por haber interrumpido su siesta en la fresca penumbra de chiquero. Andaba por el ruedo como un beodo. Descolocado. Indeciso. Eso sí, “colocaba” la cara en las telas de los capotes que daba gusto, sobre todo para quienes los manejaban; pero era una pereza de toro que despertó en banderillas –“avivadores”, que es el término primitivo--, para después perseguir la muleta del joven Tomás con un tranco lento, tan lento que parecía que iba a doblar de un momento a otro. Acoplarse –congeniarse, decía Pepe Luis-- con un toro así requiere de una extraordinaria capacidad lidiadora, dudoso privilegio que debe tener un chico que apenas ha toreado una decena de corridas de toros; pero lo tiene, ya lo creo.
Entendió los terrenos, tanteó las distancias y aprovechó esa colocación de los pitones ante la tela que mueven sus manos, para bordar unos lances de delantal y varias series de muletazos de alta calidad. Todo esto, sin un mal gesto, ni una indecisión. Está sobrado de apostura y prestancia, sobre todo cuando interpreta el toreo al natural. Entró a matar a toro atravesado y la estocada salió torcida de dirección, escuchó un aviso y cortó una oreja. Cuando salió el sexto, tanto Juli como Talavante habían puesto los tendidos al rojo vivo. Tomás Rufo, lejos de amilanarse, entró en la liza frente a un toro corretón que tomó un puyazo al relance y salió distraído del segundo, pero, a pesar de no humillar las embestidas, dejaba constancia de su punto de nobleza, detalle este que aprovechó el talaverano para, antes de que el toro se rajara, engarzar dos tandas de muletazos, una en redondo y otra al natural, que fueron un primor y animaron el cotarro. Entrando con agallas colocó una estocada, ligeramente escupida por el toro, y flamearon pañuelos, tantos, que el Presidente no tuvo más remedio que conceder otra oreja y, con ella, la llave de la Puerta Grande. Fin de tema Tomás Rufo. Y ahora El Juli, punto y aparte.
No me pidan explicación acerca de la transmutación torera que ha experimentado Julián López Escobar. Ya comenté su impresionante lección de torería y templanza en su pasada actuación en este mismo escenario, pero ayer lo volvió a hacer. ¡Qué forma de torear, señores! ¡Qué eternidad cada muletazo! ¡Qué desconcertante seguridad ante la cara del toro! ¡Qué desparpajo en los cierres de las series!, todos ellos sin una mínima crispación; al contrario, con una lentitud embriagadora; pero El Juli pinchó, para desesperación de sus seguidores y alivio de sus detractores, y el toro se amorcilló contra la barrera, hasta que sonaron dos avisos, con el tercero en puertas. Éste sí que tenía la Puerta Grande puesta en bandeja, con toda justicia. El toro había salido en cuarto lugar y se mostró abanto en sus primeras correrías por el ruedo, antes de derribar con estrépito a Salvador Núñez. Después, lo dicho: soberbio, Juli, majestuoso y prosopopéyico. La vuelta al ruedo del torero fue verdaderamente apoteósica. Antes, con un toro medio inválido, justamente protestado, que acabó defendiéndose, poco pudo hacer. Su fallo con la espada pareció premonitorio de lo que vendría después.
Tampoco Talavante destacó con el tercero de la corrida, que, simplemente, “se dejó”; pero esa dejadez no ofrecía emociones ni al torero ni al graderío. En cambio, en el quinto, echó las dos rodillas al suelo y lo toreó sobre las rayas del tercio con una angostura increíble. Ya en pie, dio un recital de toreo largo y profundo, conduciendo magistralmente las bravas y encastadas embestidas del toro salmantino, el mejor de la corrida. Incluso se permitió mirar al tendido y desplantarse arrojando la muleta al hocico del bravo animal. Pinchó antes de colocar una estocada caída y le enviaron un aviso. Saludó una ovación, rácano premio para tan grande lección de toreo.
Justo Hernández envió a Las Ventas seis toros hermosos de lámina, sobrados de kilos y todos cinqueños, menos el tercero. La Plaza se llenó y el calor apretó de lo lindo. Lucieron en banderillas Miguelín Murillo y Fernando Sánchez. La corrida acabó con la llegada de la anochecida. Y, naturalmente con el paseo en hombros de Tomás Rufo. De él, ya digo, hablaban los aficionados a las afueras del recinto para cuestionar la Puerta Grande , y para reconocer el magisterio de El Juli y la magia de Talavante. Dos toreros hechos y otro a punto de entrar en el horno. En este horno de la Monumental, donde todos ellos aún no han dicho la última palabra".
Queda mucha feria. Y ahora les dejamos con las décimas de nuestro vate particular:
Será figura del toreo
I
Con el Juli y Talavante
se doctoraba un torero
talentoso y verdadero,
de porte tan elegante,
que resultó, sí, brillante
con la muleta y el acero.
Oreja cortó al primero;
Se la otorgó el presidente
a Tomás por ser valiente
y su torear de obrero.
II
Era el Juli su padrino
y Talavante el testigo.
Presente más de un amigo,
la familia y algún vecino
llegado desde Pepino.
Narra el cronista Román,
—tal que así lo leerán—
los motivos que él ofrece
de un torero que ya crece
y que en hombros sacarán
III
de las plazas de primera.
Ayer tarde fue en Las Ventas;
antaño ya en varias tientas
y hace poco en Talavera
en una tarde torera.
Va Tomás para figura
—como se cuenta y asegura—
la prensa especializada.
Por su hacer en la estocada;
por su citar de cintura.