Qué duro es este camino
plagado de grandes piedras;
cuánto esfuerzo para el ascenso
por tan empinada cuesta.
Aunque del brazo vamos agarrados,
sobre mi espalda te llevaría
para que no pinchen tus pies
este sendero sembrado de espinas.
Ya avistamos donde el cielo
y la tierra se separan,
donde un arcoíris
en el horizonte se dibuja,
una puerta allí te espera
que, para mí, se cierra.
Debemos cruzar un río,
cuya corriente nos arrastra;
cogidos de la mano,
saltamos al otro lado.
Seco tu frente, has sudado;
bajo un sol abrasador,
continuamos sin descanso.
Prado verde,
donde pastan tus ovejas;
ve tranquilo,
no faltará quien las proteja.
Campo de rojas amapolas
que el viento ha deshojado;
ya se acerca el otoño
que, de marrón, lo teñirá todo.
Sobre mi hombro, una mano;
la otra, sobre tu cayado;
paso a paso nos acercamos
con las fuerzas agotadas;
a la sombra de un chaparro,
la siesta nos hemos echado.
El sol se va despidiendo;
se oculta tras la montaña.
La noche ya está oscura,
la luna se muestra tímida,
pero, en el firmamento,
una estrella brilla.
Texto: Angélica Moreno de Castro