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OPINIÓN | El racismo en el deporte

miércoles 07 de abril de 2021, 17:57h

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No están los tiempos para ir al circo y mire usted que me gusta y a mis nietos también; hay otras preocupaciones, como este maldito virus, que nos obligan a estar centrados en afrontar retos muchos más importantes que si un jugador de fútbol llama -presuntamente- “negro de mierda” a otro. Sí, no lo duden. ¿Racismo? ¿Qué es racismo o xenofobia? Lean sus definiciones y verán que ninguna de ellas -a mi humilde entender y perdonen si estoy errado- tiene algo que ver con lo sucedido el domingo entre el jugador del Cádiz, Juan Cala, y el del Valencia, Mouctar Diakhaby, y que ha originado un tremendo lío, otro más, en el mundo del fútbol de nuestros pecados. Verbigracia: oleadas de solidaridad por un lado y linchamiento público y mediático por otro. El pan nuestro de cada día, vamos y nada nuevo bajo el sol. Tiempo y espacio para rellenar minutos en televisiones y radios, o páginas en periódicos o redes sociales. Nada nuevo, insisto, cuando es un lance más -ni lo llamo incidente- de los muchos que se dan en el fútbol, donde los profesionales -que deberían comportarse como compañeros y no lo hacen- se insultan, simulan agresiones o caídas buscando la expulsión o el penalti para beneficiarse egoístamente de una acción antideportiva, se menosprecian con gestos o celebraciones y otras situaciones que a veces pasan desapercibidas. La ley de la selva, en suma, para acudir al tan usado lo “que pasa en el campo, se queda en el campo”.

Dicho esto, llamar a alguien por el color de su piel es ¿racismo? Pues la vida debería estar repleta de denuncias, alborotos, linchamientos mediáticos, retiradas de equipos, ruedas de prensa, gestos de apoyo… Y todo lo que ustedes quieran. Pero por favor, ni estamos en los Estados Unidos del siglo XVIII, ni nada que se le parezca y hoy, en cualquier equipo, hay jugadores negros, africanos, magrebíes, chinos, sudamericanos o de cualquier otra raza, con los que conviven hasta el hermanamiento y la amistad los presuntos insultadores. ¡Basta ya, de tanto cogérsela con papel de fumar en tiempos donde prevalecen los espacios sin humo! ¿Pero a donde vamos a llegar, si hasta piropos como el del sufrido albañil que a pie de obra y con un sol de justicia se toma un respiro para ver pasar a una mujer bonita y exclama: “alguien importante ha debido morirse en el cielo para que la Virgen se haya vestido de luto” es considerado hoy como violencia sexual. Pero hacia ¿dónde caminamos? A la gobernabilidad e imposición de la “piel fina” siempre, para evitar que algunos algoritmos como “negro, gordo, maricón, travesti, cojo, tuerto o ciego” dejen de tener siempre sesgo racial o de odio. Pues nada, ya saben: “de color, obeso, gay, personal transgénero y discapacitado físico”. ¡Seamos fieles a las dictaduras de ser políticamente correctos y disculpe, Jefe, cuando se lo llamo; ya sabe, lo de gordo…!

La gravedad de Cala, de ser cierta la denuncia, no se aglutina -a mi modo de pensar y ver las situaciones- en haber llamado a Diakhaby “negro”, sino haber añadido lo “de mierda”. Porque imaginen que en lugar de haber sido Juan hubiese sido su compañero, el también cadista, Choco Lozano; o para ser, quizá, más concluyente, que los protagonistas hubieran sido Vinicius quien se lo dijera a Lemar en un Real Madrid-Atlético, ¿también habría sido un insulto racista? ¿Se habría marchado alguno al vestuario? ¿Esto sería racismo en un Camerún-Ghana, por ejemplo? Ya les digo yo que no. ¿Y si digo “blanco de mierda”, estoy haciendo racismo? Insisto, decir negro o blanco ¿es racismo? Racismo es emitir el sonido o imitar los gestos del mono; racista es el hecho de lanzar un plátano a un jugador; racismo es mostrar sentimientos de exclusión y discriminación hacia los grupos más pobres y subordinados. Todo esto sí es racismo, pero ¿es racismo cada vez que en un buen número de series o películas cinematográficas se escucha decir a un negro a otro: “oye tú, negrata…”? Pues da la sensación que no. O al menos no he visto ni escuchado a alguien denunciarlo…

No. Insisto en que hay que cambiar los conceptos del racismo en el fútbol con la creación de un código para todos. Que un jugador u otro, blanco o negro, se insulten va mucho más allá de que se lo digan por el color de su piel, sino por la gravedad del insulto. Blanco y negro son colores como el amarillo y la trascendencia del racismo radica en que suele ser utilizado para legitimar relaciones de poder de un grupo respecto a otros, opinan muchos. Y esto, independientemente de la veracidad o falsedad de lo sucedido en el Carranza, no es aplicable al caso. ¿Desigualdad entre dos futbolistas profesionales bien pagados y con evidente repercusión social tanto en Valencia como en Cádiz? Dudo, y mucho, que el jugador del Cádiz -con lo que se estaba jugando su equipo- estuviera pensando en la “herencia de un racismo colonial” cuando como "presunto agresor” emitió el presunto insulto sobre el del Valencia -que se estaba jugando otro tanto- y menos aún buscando el “presunto agredido” la “subordinación social, política y cultural que desde antaño acompaña a su color de piel”. ¡Les digo con énfasis que NO!

En esta salida de madre, y perdonen que sea tal vez anticuado en mi camino de los 70 años, las autoridades deportivas tienen, a mi juicio, la última palabra para acabar con las muestras de racismo, que insisto van mucho, pero que mucho más allá del uso de la expresión “negro o blanco” en cualquier recinto deportivo. Y aunque desde la Unión Europea ya se han dado movimientos al respecto, lo básico debería comenzar por enumerar los conceptos propios de lo que es racismo y después “promulgar y poner en práctica una legislación de lucha contra la discriminación”. Y una vez adoptado un acuerdo-marco nacional o incluso mundial, que especifique las tareas y responsabilidades de cada actor, que sean las autoridades mundiales, nacionales y/o locales, las federaciones y clubes deportivos, los/las deportistas, los/las entrenadores/as, los/las árbitros, los grupos de seguidores, los grupos de representación de minorías, las ONG y hasta los medios de comunicación, los que decidan y sancionen.

Desconozco, y finalizo, qué sucederá con el caso Cala-Diakhaby origen de esta reflexión, pero estoy seguro -sea cual fuere la decisión de las autoridades deportivas o civiles- que el deporte seguirá siendo una poderosa herramienta para promover la cohesión social y de valores importantes, como el juego limpio, el respeto mutuo y la tolerancia. Así lo deseo y así lo expreso. Y si en algunos de los argumentos que he expuesto estoy equivocado, pido humildemente disculpas. ¡Buen día tengan ustedes!
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